El tiempo de la cosecha
De niños, la mayoría soñamos con alcanzar la tercera edad. Vivir muchos años y felices, como narran los cuentos infantiles. Sin embargo, a medida que avanzamos en la vida tratamos de ahuyentar el fantasma de la vejez. Porque ansiamos envejecer sanos, fuertes y vigorosos. No es apetecible experimentar dolores, achaques, enfermedades, deterioro, pérdidas y miserias.
No obstante, la sabia naturaleza nos enseña que la plenitud se consagra en la senectud. Los frutos de los árboles no se cosechan prematuramente, su agradable sabor se disfruta tardíamente, tal como acontece con los buenos vinos.
Es cierto que se disfruta el amanecer de un nuevo día, pero, ¿quién se atreve a negar que el sangriento atardecer es más sublime, romántico y precioso? El amanecer invita a trabajar, lo mismo que el atardecer convoca a cosechar.
El monje benedictino Anselm Grün, expresó: “La vida humana puede compararse con el recorrido del sol. Por la mañana asciende e ilumina al mundo. Al medio día alcanza su cenit y sus rayos comienzan a disminuir y decaer. La tarde es tan importante como la mañana”.
La edad madura se debe vivir con optimismo, alegría y esperanza; lo cual no prohíbe experimentar alguna tristeza, melancolía o nostalgia. Se añoran la fuerza, agilidad, presteza y elasticidad; sin embargo, hay que recordar la juventud con satisfacción y revivir la emoción de lo sembrado: hoy ha llegado, ya, el tiempo de su madurez.
Honoré de Balzac afirmó: “El gran secreto de la alquimia social es sacar todo el partido posible de cada una de las edades de la vida por las cuales pasamos, es decir, tener todas las hojas en primavera, todas las flores en verano, y todos los frutos en otoño”.
¿Cosecho con entusiasmo, alegría y optimismo? ¿Me refugio nostálgicamente en paraísos perdidos?