El vengador justiciero
05 noviembre 2016
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El pasaje “Casa de piedra”, ubicado a la altura del bosque “La Marquesa”, fue el escenario perfecto para un día de brujas, porque la historia ahí vivida, por decir lo menos, fue de horror.
Cuatro hombres, arropados por el manto de la madrugada, subieron en San Pedro Tultepec al autobús que habían elegido para efectuar el atraco. La mecánica a seguir estaba muy ensayada: aprovechando el sueño de los pasajeros, cuando el autobús estuviera próximo a Ocoyoacac, los despertarían a punta de pistola y cuchillo para despojarlos de sus pertenencias. Como era habitual, el botín se recogería en una mochila, para luego obligar al chofer a detener la marcha a un lado del coche en el que harían la huida.
Esta vez su larga y probada experiencia no funcionó. Cuando los malandrines efectuaban el atraco, un hombre sin rostro les disparó con una pistola nueve milímetros hiriéndolos gravemente. Herido de muerte, el cabecilla exhaló su último aliento sobre los escalones de la puerta de salida dificultando la escapada de sus secuaces, tropiezo que aprovechó el hombre sin rostro para liquidarlos. Al lado del autobús, tendidos sobre la carretera quedaron sin vida los cuatro ladrones.
Con la misma tranquilidad que jaló el gatillo, el hombre sin rostro subió al autobús pidiendo al chofer que emprendiera la marcha; posteriormente depositó la mochila en el suelo y animó a los pasajeros para que tomaran de nuevo lo que les había sido robado. Se dirigió de nuevo al conductor y le pidió una nueva parada. En medio de la obscuridad solicitó a los testigos el beneficio del silencio, mientras se perdía en la espesura del bosque.
Si Usted fuese una/o de los pasajeros que testificó esa escena, ¿qué hubiera hecho? ¿Hubiera impedido que el hombre sin rostro disparara contra los malhechores? ¿Lo hubiera denunciado a las autoridades?
Esta última pregunta ha sido planteada tanto en las redes sociales, como de una manera más sistemática por el Gabinete de Comunicación Estratégica que dirigen Federico Berrueto y Liébano Sáenz. Los resultados en uno y otro espacio son abrumadores.
El 53 por ciento de los entrevistados por el Gabinete, refirió que no lo denunciarían. A la pregunta de si “Usted estaría dispuesto a hacer justicia por su propia mano”, la mitad de los encuestados ofreció una respuesta afirmativa. 56 de cada 100 hombres haría lo mismo que este vengador desconocido, mientras que 40 de cada 100 mujeres seguiría su ejemplo.
Las redes sociales estallaron a favor de la venganza por propia mano. Por ejemplo, en el “hashtag vengador” podemos leer comentarios como estos: “El #vengador hace lo que el derecho no es capaz de hacer”; “Aquí le aplaudimos al vengador anónimo!!! Que vengan muchos más”; “Ojalá que no encuentren al #vengador justiciero. Lamentable x los muertos, pero ellos roban y golpean y nadie ayuda”; “Ojalá la búsqueda de @Javier_Duarte fuese tan feroz como la desatada por el #vengador de #La Marquesa”; “Tantos rateros que conoce el #Gobierno y no los mete a la cárcel y están buscando al #vengador #La Marquesa”; “En Ecatepec necesitamos ayuda del #vengador de la marquesa. Mucho malandro en la mexpach, la jumex y…”.
El tono de los mensajes en Facebook fue similar. Si las hubo, la descalificaciones apenas fueron visibles frente a las muchas voces que celebraban la lección dada por el “vengador justiciero” a los infortunados malandrines.
¿A qué responde esta clara sed de venganza que se enmascara de justicia? Aunque lo parezca, dar una respuesta satisfactoria a dicha pregunta no resulta nada fácil. Me explico.
En 2015, según refieren los propietarios de las compañías de autobuses, durante los trayectos se cometieron más de 3,000 atracos, sin contar muchos otros que no fueron denunciados. Más de 2,500 autobuses fueron apedreados en calles y ciudades, y cerca de 1,300 fueron secuestrados y luego devueltos, donde muchos de ellos regresaron en pésimas condiciones y otros en calidad de escombro, por ello no debiera extrañarnos que sean tantas las personas que piensen que la única forma segura de viajar en autobús sea llevando consigo un arma para salirle al paso a quien le quiera atracar.
Por otro lado, el hecho de que alguien logre subir a un autobús portando un arma, más allá de reflejar parte de los síntomas de los muchos males sociales del entorno en que vivimos, habla de los pésimos sistemas de seguridad con que cuentan las estaciones de autobuses. Tanto el “vengador desconocido”, como los ladrones que éste liquidó, sobornaron, burlaron, amagaron o aprovecharon las debilidades de los guardias, así como la ineficacia de los arcos detecta metales para introducir sus armas al autobús.
Otra razón por la cual una buena parte de la población avala el actuar de este personaje, tiene que ver con la incapacidad del brazo preventivo y operativo de la justicia. No es el primer caso de este tipo que se presenta en nuestro País. Otros vengadores sin rostro o enmascarados, han surgido en el momento preciso para “hacer justicia” por propia mano ante la ausencia de las autoridades policiacas. El 17 de agosto de este año, en un autobús de otra línea, un pasajero hizo “valer la justicia”, mientras las autoridades se encargaban de otros asuntos.
Si a la incapacidad de los cuerpos policíacos, sumamos la enorme impunidad que nos carcome, no debe resultarnos extraño que aumente el número de personas que tenga la certeza de que son muy pocas las probabilidades de ser atrapados por la autoridad en caso de haberle ganado la partida a un malandrín que haya intentado destriparles. Así, con una autoridad omisa, resulta imposible evitar que la ciudadanía tenga muy claro qué hacer si no le queda más remedio que elegir entre la vida de un malandrín y la propia.
Por razones de espacio, sólo señalaré una razón más, sabiendo que no son las únicas. Las condiciones de inseguridad que prevalecen desde hace 10 años en algunas zonas del País, han venido modificando la idea sobre “lo justo”, cuando de protegerse a sí mismo se trata.
Es desde una peculiar idea de justicia, más próxima a la ley del Talión que a la que debiera prevalecer en un estado de derecho, que crece el número de personas que dan por buena la presencia de justicieros paralegales para que restituyan la seguridad y el orden donde no los hay.
Con todo, cabría preguntarnos si dicho entusiasmo es más una reacción derivada del temor de la inseguridad que existe en nuestras calles, o una desafortunada relativización del humanismo y moralidad que encierra la idea de justicia moderna.
Mientras terminamos de digerir este revés a una parte del progreso moral alcanzado en los últimos 200 años, los malhechores continuarán delinquiendo en los autobuses, con la única certeza de que cualquiera de los pasajeros pudiera ser el vengador justiciero.
pabloayala@2070@gmail.com