Entró por las piernas… salió por piernas

Susan Crowley
29 febrero 2020

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Como muchas mujeres, he sufrido intentos de abuso sexual, unos tan ridículos que los puedo considerar nimios, otros graves y que incluso han puesto mi vida en peligro. Desde la escuela pública con los chavos banda, luego en la calle con vecinos y exhibicionistas, más adelante en la vida profesional, con compañeros de trabajo y jefes. Por la necesidad de sobrevivir, pasé de sentirme humillada, impotente y objeto de consumo, desechable, a defenderme como gato patas arriba. Incluso, me volví violenta e irascible en muchas ocasiones. A un jefe abusador le rompí la cabeza con una pesada perforadora. Perdí trabajos por no aceptar las “avanzadas” de los que se creían con el derecho de seducirme. En 1987, el publicista Raúl Olvera y yo acuñamos la frase, “Entró por las piernas, salió por piernas” frase publicitaria en contra del acoso. Sobre la imagen trasera de un enorme sillón de oficina, una mano sostiene un puro, la otra una copa de coñac; unas piernas de mujer (evidentemente sentada sobre el hombre), vuelan en el aire. Era la forma en la que intentaba explicarme y denunciar la frustración de saber que un puesto se conseguía más por los atributos físicos que por la inteligencia. Por situaciones parecidas a esta vi frustradas muchas expectativas y sueños, una excelente oferta de trabajo iba de la mano de cinco dedos que se colaban debajo de mi falda. Vergüenza, asco, rabia, ira, coraje, impotencia, culpa y una sensación de que eres mierda, por eso mereces que te traten así.

Un hombre poderoso es el benefactor por antonomasia de la vida profesional de una mujer. Pero quien acepta ser de su propiedad y por ello debe aceptar sus piropos, de inmediato es declarada una “puta”. Si el hombre en cuestión es rechazado, la mujer es calificada como una lesbiana. Los hombres sumisos delante del que manda suelen aprovechar el derecho de pernada, aunque sea de manera indirecta. Las reacciones de los colaboradores de un macho van en dos sentidos. Uno, “mi jefe es bien macho”. Y dos, con respecto a la mujer, “esta vieja esta buenísima, yo también me la cogía”. Tristemente, este tipo de comentarios misóginos, resultan un doloroso y ambiguo halago. Recibirlos duele, pero hemos aprendido a darles el valor que tienen. Lo cierto es que, en conjunto, constituyen una forma de acoso.

Sin embargo, existe otra agresión que puede ser aun más dolorosa y de violencia soterrada: el ataque de las mujeres a las mujeres, pues lacera y lastima profundamente. Viene de una igual que actúa como ejemplo de la moral y se convierte en juez inclemente. Los insultos entre mujeres llegan a niveles insospechados. Tienen el poder de dañar y hacer pedazos una vida; no solo ofenden, pueden destruir el futuro de muchas mujeres. Violan su integridad de una manera ruin, vil, velada. La manera en la que una mujer puede intrigar, deformar y joder la vida a otra es única. Desde niña lo viví. Sentí la dolorosa soledad delante de la “bandita” de amigas unidas en mi contra alrededor de la líder que me odiaba, bulling, le dicen ahora. Viví el rechazo en los grupos de trabajo: “la güera oxigenada”, “la que se cree la muy muy, pero es bien pendeja”.

Experimenté ser corrida por jefas que rabiosas ofenden y humillan a la mujer que les representan un riesgo profesional. Fui calificada y lo sigo siendo, por las esposas de los que acostumbran a lanzar miradas libidinosas. Como si el marido fuera una víctima, agarradas con las uñas del brazo del marido que te mira lanzan el insulto: “pues claro, esa es bien piruja”. Si un hombre es violento y desahoga su frustración con los y las más débiles, la mujer desata la rabia y genera la impotencia de quien se atreva a retarla hacia todas direcciones. Con absoluto desenfado se lanzan unas a otras adjetivos y ofensas, señalan con dedos acusadores y se unen en verdaderos aquelarres de odio.

Después de años de vivir experiencias más o menos similares, he descubierto el valor incalculable en hombres maravillosos que no siguen estas “formas” sociales. Igual tengo el privilegio de relacionarme con mujeres que saben ser amigas, solidarias, compañeras. Que admiran a una mujer independientemente de sus atributos físicos, que respetan su inteligencia, que se la juegan no solo por los débiles, que saben compartir el triunfo y ven las ventajas de las demás como un rasgo digno de ser aplaudido. En ambos sexos he experimentado el amor, la amistad, la empatía y el respeto que merezco como ser humano, no por ser mujer.

Más allá de las posturas políticas, del nivel de educación y de las experiencias de vida, he tenido la fortuna de encontrar seres valiosos, digamos que son mi “marcha a favor de las mujeres”, de todos los días. Todos ellos y ellas representan la suerte que tengo al saberme protegida, acompañada. Los otros y otras, los acosadores y las envidiosas, con los años dejan de tener importancia para mí. Ya no me afectan sus miradas descalificadoras, enjuiciadoras y acusadoras.

Se ha repetido hasta el cansancio la cifra, pero hay que seguirlo haciendo: en 2019, 3 mil 825 mujeres y niñas fueron asesinadas por motivos de género, un incremento del 6 por ciento respecto a 2018 y casi el doble de lo registrado hace tres años, según María Salguero, creadora del Mapa Nacional de Feminicidios. Muchos años estas cifras ni siquiera llamaron la atención de hombres y mujeres. Hoy toca unirnos ante una realidad espantosa, los feminicidios han aumentado escandalosamente. Han atraído la atención de todos. La lucha debe ir más allá de las ideologías de derecha y de izquierda, de los oportunismos, de los intereses mezquinos y el revanchismo de géneros.

¿Cómo será la marcha y el día sin mujeres? La feminista Judith Butler habla de una fuerza más allá de la violencia, es la No violencia que genera otro tipo de reacción en la sociedad. Si las mujeres somos capaces de unirnos un día para luchar por otras, debemos ser capaces también de apoyarnos siempre. La sociedad debe lanzar un mensaje de unidad que genere un cambio, parar al mundo y reflexionar por un momento sobre la barbarie que hemos creado. Un día en el que se pongan en pausa las labores de casa u oficina para ligarnos con un solo propósito: ¡Ya Basta! pero también un día en el que respetemos a quien no esté de acuerdo o quiera manifestar lo que siente de otra manera. En las calles de las ciudades de nuestro país, un gigantesco colectivo formado por mujeres que se respaldan unas a otras, que se animan unas a otras, será el preludio de otro día en el que la ausencia de mujeres será una forma de afirmar su valor, ¿cambiará la forma de comportarnos entre nosotras?

 

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