Estables, pero sin espacio para crecer
En economía, la estabilidad suele ser una buena noticia. México ha logrado mantenerla, incluso en años difíciles: la inflación ronda niveles moderados, las finanzas públicas no se han desbordado y el peso se mantiene firme. Pero esa calma tiene un costo. La estabilidad, cuando no va acompañada de crecimiento, empieza a parecerse más a una pausa que a un avance.
Durante los últimos años, México ha alcanzado una especie de equilibrio de baja velocidad: los precios ya no suben tan rápido como en la pandemia, pero tampoco regresan del todo a la meta del Banco de México; el gasto público se mantiene dentro de márgenes manejables, aunque con poco espacio para invertir más. Todo parece bajo control, pero también detenido. La pregunta de fondo es si este equilibrio puede sostenerse sin crecimiento, y qué significa eso en la vida práctica de las personas.
Tener una inflación controlada -hoy cercana al 3.6 por ciento- es un logro si se le compara con lo que enfrentan otras economías emergentes. Brasil, Sudáfrica o Turquía viven episodios de variación en precios mucho más volátiles. México, en cambio, ha mantenido la confianza en su moneda y en su banco central.
Sin embargo, vivir con una inflación persistente un punto por encima de la meta también tiene implicaciones. En términos simples, si los precios siguen subiendo también desafían el aumento de los ingresos. Eso significa que, aunque los salarios formales han mejorado, el poder adquisitivo avanza más lento.
Una familia que gana lo mismo cada año, pero enfrenta un aumento sostenido en los precios de alimentos o vivienda, siente que su presupuesto nunca alcanza del todo. Es la estabilidad del “casi”: no hay crisis, pero tampoco descanso.
Parte del problema está en que la inflación más alta no proviene solo del consumo, sino de factores estructurales: costos de energía, logística, violencia y competencia limitada en ciertos mercados. Eso hace más difícil que la política monetaria, por sí sola, logre bajarla. Sin un entorno de crecimiento más productivo, los precios tienden a anclarse en ese rango medio, donde la estabilidad existe, pero sin verdadero alivio.
El otro signo de esta etapa económica es el déficit público, que recientemente se ha mantenido alrededor del 4 por ciento del PIB. Es una cifra moderada si se le compara con países similares: Brasil y la India tienen déficits mayores, y aun economías desarrolladas como Estados Unidos operan con números más altos.
Para México, mantener ese nivel es muestra de disciplina. La deuda pública no se ha disparado y los mercados siguen considerando a nuestro País una economía con cuentas sanas. Pero el equilibrio se sostiene a base de renuncias.
Buena parte del gasto se concentra en tres rubros que no se pueden ajustar fácilmente: pensiones (como las del IMSS e ISSSTE), programas sociales e intereses de la deuda. Entre los tres, absorben más de la mitad del presupuesto federal. Con esa estructura, hay poco margen para invertir en infraestructura, educación o innovación, que son justamente las áreas que impulsan el crecimiento a largo plazo.
En la práctica, mantener el déficit “bajo control” implica administrar la escasez. No se gasta más de la cuenta, pero tampoco se genera un motor nuevo para crecer. Es una política fiscal defensiva, diseñada para sostener la estabilidad, no para transformarla.
Tanto la inflación como el déficit tienen algo en común: su solución de fondo pasa por crecer más y mejor.
Cuando una economía crece de forma sostenida, las empresas invierten más, se genera empleo y aumenta la recaudación sin necesidad de subir impuestos. Eso permite financiar políticas sociales y reducir el déficit sin endeudarse. Además, si el crecimiento impulsa la productividad, los precios se estabilizan sin depender tanto de tasas de interés altas.
México, sin embargo, lleva casi una década con un crecimiento que promedia apenas 2 por ciento anual y éste podría ser menor en los próximos 10 años. Ese ritmo apenas alcanza para sostener el empleo existente, pero no para mejorar los ingresos o ampliar las oportunidades.
Si el País creciera sostenidamente por arriba de 2 por ciento -como llegó a hacerlo hace décadas-, el panorama sería muy distinto. Con más inversión privada y pública, los ingresos del Gobierno aumentarían, habría más flexibilidad fiscal y la inflación podría estabilizarse en niveles más cercanos a la meta del Banco Central. El desafío no está solo en mantener los equilibrios actuales, sino en romper la inercia del bajo crecimiento que los vuelve frágiles.
Ser un país estable no es poca cosa. En un entorno internacional de tasas de largo plazo altas (que encarecen el refinanciamiento), conflictos geopolíticos y choques energéticos, México se ha mantenido con rumbo. Esa estabilidad es un activo, y conviene cuidarla.
Pero también hay que reconocer su límite: no puede durar para siempre si no se alimenta con crecimiento. La estabilidad sin dinamismo es como un auto encendido en punto muerto: el motor sigue funcionando, pero el paisaje no cambia.
En este contexto, el Plan México que busca atraer inversiones y reindustrializar al País representa una oportunidad clave para romper esa inercia. Si se logran impulsar proyectos productivos, cadenas de valor regionales y empleos bien remunerados, el crecimiento podría volver a ser el motor que haga sostenible la estabilidad. Pero eso requerirá más que incentivos: infraestructura logística, energía suficiente, certeza jurídica y capital humano calificado.
El Plan México puede convertirse en el puente entre la estabilidad que ya tenemos y el desarrollo que aún no llega. Si se ejecuta con visión de largo plazo, podría resolver justo lo que falta: un impulso estructural que permita mantener baja la inflación, ampliar la recaudación y abrir espacio para invertir más. En suma, convertir la estabilidad en crecimiento.
México tiene las condiciones para dar ese salto: una base industrial diversificada, cercanía con Estados Unidos, estabilidad macro y un mercado interno grande. Pero para aprovechar todo eso hace falta pasar de la estabilidad administrada al crecimiento sostenido.
De lo contrario, seguiremos viviendo en una economía que se sostiene, pero que no despega. La estabilidad es valiosa, pero el crecimiento es lo que la vuelve duradera. Y en eso, México aún tiene espacio -y necesidad- de avanzar.
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El autor es Víctor Gómez Ayala (@Victor_Ayala), economista en Jefe de Finamex Casa de Bolsa, Fundador de Daat Analytics y experto México, ¿cómo vamos?