Ganar sin saber para qué

Vladimir Ramírez
12 abril 2021

“Ganar sin saber para qué”, es el título de unos de los escritos del analista paraguayo Benjamín Fernández Bogado, estudioso de la política y la administración pública, que en su libro titulado ¿Y ahora qué? Itinerario de la eterna desilusión política en América Latina, describe cómo los países de esta parte del continente han transitado por la democracia desde los años 70 del Siglo 20 hasta nuestros días, una serie de sucesos que a pesar de la peculiaridad de cada país, el resultado en muchos sentidos ha sido semejante y desalentador.

Carlos Mesa Gisbert, ex Presidente de Bolivia y prologuista del libro, reconoce importantes logros políticos, como haber superado dictaduras militares en Sudamérica y la instauración de instituciones y leyes para garantizar una democracia electoral confiable y con ello la alternancia en los gobiernos y pluralidad en el Poder Legislativo, sin embargo, en la actualidad y frente a la realidad que se vive en países como en México, estos avances sobre democracia electoral, pudieran no sólo ser consuelo de tontos, sino peligrosos por insuficientes.

Para el ex Presidente de Bolivia, democracia y política deben ser entendidas como instrumentos y no confundir medios con finalidades, ya que la construcción de la democracia ha contribuido en la formación de estructuras cerradas de poder, que supusieron una representación popular, pero que en la realidad se apropiaron de esa representación de manera arbitraria, lo que ha dado lugar a una acción de uso utilitario, pernicioso las más de las veces.

Este recuento sobre democracia electoral y sistema de partidos en Latinoamérica, coincide en la experiencia de muchos temas que surgen en este, al parecer, interminable proceso “democratizador de nuestros países”. Periodo de transición política en el que al mismo tiempo que se promete más democracia y libertad, se establecen las bases de una propuesta económica mundial conocida como “neoliberal” en los años 80, un experimento económico que en los últimos 30 años dio como resultado un exponencial saldo de crecimiento de pobreza, corrupción oficial y crimen organizado.

Una deteriorada realidad social y económica que no sólo no logra ser modificada a pesar de los avances de la democracia electoral, sino que consiguen convivir sin que ello signifique evitar el crecimiento de la desigualdad social, el deterioro de las instituciones públicas y la descomposición del tejido social. Vivimos durante todos estos años, la construcción de una democracia electoral, incapaz de incorporar desarrollo social y crecimiento económico para las mayorías, una paradoja democrática que se volvió más un lastre, que una oportunidad de cambio y avance social.

Y así ha sido todavía en los últimos años, sobre todo en las experiencias locales, que a diferencia del Gobierno federal de Morena que asume López Obrador en 2018, en las entidades poco significó la llegada del partido de la Cuarta Transformación, pues a pesar de que el rechazo a gobiernos anteriores fue contundente en las urnas, el desempeño del Congreso del Estado y las alcaldías en manos de Morena no logra ser diferente, resultando incluso ser peor en algunos casos.

De las razones más conocidas es que no se esperaban ganar las elecciones, por lo que no estaban preparados para gobernar, lo cual significó en la realidad un desperdicio de participación en las urnas, pues no respondieron a las demandas ni representaron los intereses de la mayoría de sus electores.

Sobre el fenómeno electoral y político que nos ha tocado vivir recientemente, Fernández Bogado explica que existe claramente un divorcio entre administración del poder y el poder mismo, una situación que se agudiza cuando, luego del triunfo, comienzan a aparecer los reclamos concretos de la administración de la cosa pública. Es aquí que se supone que los nuevos gobernantes culpan de todos los males al gobierno derrotado, mientras piensan en acciones concretas y efectivas que generen impacto en sus electores, cuya frustración y enojo ha sido el efecto que los llevó al poder. Pero no sucedió así y tampoco fueron tan diferentes a sus antecesores. Se puede afirmar que la única diferencia notable, fueron las que surgieron entre ellos y sus adversarios políticos, principalmente en el Congreso del Estado.

Esto confirma lo que el analista paraguayo escribe con respecto a que tales situaciones carentes de análisis y acción, prueban que la política entendida como arte más que como ciencia, domina gran parte de la acción cotidiana de las “nuevas democracias”. Que se busca más entender las esperanzas y desencantos para ganar, que dimensionar la importancia de saber qué hacer cuando se llega al poder.

Los casos que mejor ilustran el contrasentido de nuestra democracia en Sinaloa son los gobiernos de Morena en Culiacán y Ahome, no obstante, los hay también en el PRI y el PAN, aspirantes que de nuevo figuran en candidaturas, a pesar de que sus actuaciones tampoco hayan marcado la diferencia.

Elegir en nuestra democracia, implica hacerlo más allá de las intenciones del castigo electoral al votar en contra, implica sobre todo saber elegir a quien sabe gobernar.

Hasta aquí mis comentarios, los espero en este espacio el próximo viernes