Grandeza interior

Rodolfo Díaz Fonseca
21 enero 2022

Un anhelo que subyace en lo más profundo del ser humano consiste en ser grande. Desde niños cobijamos miles de fantasías en las que soñamos con alcanzar los más altos pedestales. Tal vez pensamos en escalar las alturas en alguna rama deportiva, ser un gran científico, el mejor escritor, un divo del séptimo arte, vitoreado artista, destacado político, reconocido filósofo, célebre inventor, prestigiado médico, encumbrado empresario y empedernido multimillonario. En todas estas infantiles aspiraciones aletea el orgullo de sentirnos grandes y aclamados.

Sin embargo, la fórmula para ascender a la cúspide, o lograr la grandeza, no estriba en fórmulas de mercadotecnia barata y utilitaria. No es la suma del orgullo, soberbia o egoísmo la que nos brindará la perfección a la que aspiramos. La auténtica estatura humana se alcanza con humildad y pequeñez, no con los sueños de poder, riqueza, prestigio, autoridad y fama.

El camino a la grandeza lo presentó muy sabiamente Jesús cuando rechazó toda clase de tentación antes de comenzar su ministerio evangelizador. El demonio le tentó con todo el poder del mundo, subiéndolo a una alta colina desde la que contemplaba su posible imperio; con saciar su hambre, pues no tenía caso que siguiera ayunando y mortificándose, así como con la fama que obtendría si se tiraba desde el pináculo del templo, donde todos quedarían asombrados al ver que su pie no tropezó con ninguna piedra al lanzarse desde tal altura.

La grandeza, pues, no se logra con simulaciones, poses, afectaciones, apariencias, hipocresía o pretensiones de alcurnia y nobleza que pretendan apantallar y deslumbrar a los demás para demostrar la propia valía.

Ernest Hemingway afirmó: “El hombre que ha empezado a vivir más seriamente por dentro, empieza a vivir más sencillamente por fuera”.

¿Busco la grandeza interior o exterior? ¿Soy sencillo y humilde?