Hay que construir ambientes de paz en las familias y en las escuelas

21 abril 2017

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Ambrocio Mojardín Heráldez

Estará de acuerdo conmigo en que nadie nace agresivo o violento. Esas conductas se aprenden y así como se adquieren y se consolidan, también se pueden cambiar.
“El que entre lobos crece a aullar se enseña”, reza el dicho popular. Pues en lugar de tener ambientes que viven y toleran la violencia hay que buscar que la eviten y promuevan comportamientos de paz.
Los efectos conscientes inmediatos de vivir violencia son el dolor físico y moral, el sentimiento de abuso, el rencor y la impotencia. Los inconscientes son la culpa, la degradación de la autoestima y el deseo de venganza. En conjunto, éstos validan el círculo vicioso que incluye rechazo, tanto como tolerancia y práctica.
Técnicamente, la violencia es el último recurso de las personas para resolver un conflicto, o lograr un propósito. Es la evidencia más clara de no tener alternativa; es la salida obvia para situaciones extremas.
No obstante, con la práctica, los comportamientos violentos tienden a asumirse como “naturales”. Solo se necesitan ambientes y relaciones que les den legitimidad; espacios donde se ejerciten y no haya consecuencias de desaprobación y rechazo contra éstos.
En la literatura que analiza violencia familiar y escolar es recurrente la afirmación de que los violentadores provienen de ambientes en los que se vive violencia. Así, se afirma para quienes ejercen “bullying”, como para violentan a su pareja, o sus hijos.
De la misma manera hay investigación que respalda la afirmación de que ambientes de paz forman personas positivas; que rechazan la violencia; que son emocionalmente más estables y que tienen más creatividad.
La crianza plagada de violencia provoca y acumula grandes vacíos en las personas, particularmente en la infancia y la adolescencia. Genera debilidad psicológica en los individuos e inestabilidad social en los ambientes de convivencia.
Según la psicología de la salud, la mayoría de las personas que han sido objeto de violencia por parte de sus seres queridos (por ejemplo familiares directos o pareja) o presenciaron  actos violentos  entre sus padres durante su infancia o adolescencia, tienden a ver los actos violentos con más tolerancia y hasta a justificarlos.
La conclusión más repetida es que estas experiencias entrañan la mayoría de los mecanismos psicológicos que sustentan la transmisión intergeneracional de la violencia. Además, que en esas experiencias se anidan las variables que aumentan la propensión a las adicciones y las conductas antisociales.
Sandra Stith y Sara Farley (investigadoras del Tecnológico de Virgina y de la Universidad de Utah respectivamente) tienen múltiples estudios sobre esto. Recientemente documentaron como la crianza en familias con violencia incrementa la aceptación de esta práctica entre niños y adolescentes, reduce su autoestima, y sustenta su rechazo a las relaciones de equidad entre mujeres y hombres (http://link.springer.com/article/10.1007/BF00981767).
Estudios del Instituto Nacional de Salud Pública (www.insp.mx) han encontrado que el haber sido testigo de violencia matrimonial o haber vivido malos tratos por parte de los padres, así como tener baja autoestima y un bajo nivel educativo, se relacionan con actos de violencia conyugal y prácticas violentas en las relaciones interpersonales.
Igualmente han encontrado, que las personas con historia de malos tratos en su familia de origen tienen hasta tres veces más probabilidades de exhibir comportamientos violentos, así como problemas de depresión e insatisfacción generalizada con sus logros.
Algunos estudios del Instituto Nacional de Psiquiatría (www.inprf.gob.mx) indican que las y los adolescentes que han presenciado violencia entre sus padres tienen mayor tendencia a pensamientos suicidas, así como mayor tolerancia a los actos violentos y faltas a las normas sociales. Estos adolescentes tienden a ser de los de más pobre desempeño escolar y los de mayor conflicto social entre sus compañeros de aula.
En contraparte, la doctora Vangie Foshee y sus colegas de la Universidad de Carolina del Norte (http://ajph.aphapublications.org/doi/abs/10.2105/AJPH.94.4.619) han encontrado que la disposición de ambientes positivos y prácticas que promueven el respeto y la empatía con los demás dan como resultado personas con mayor rechazo a la violencia.
Según sus estudios, las y los niños y adolescentes que provienen de ambientes familiares no violentos tienen más habilidades prosociales, son más creativos en la solución de conflictos, tienen mayor tolerancia al fracaso y son muy sensibles al ejercicio de autoridad. Las y los alumnos que acuden a escuelas que promueven comportamientos de paz tienden a ser mejores educandos y mejores personas.
Así pues, tal y como se aprende a ser violento se puede aprender a ser pacífico. La diferencia beneficia no solo a los individuos, sino también a la sociedad. Lo que necesitamos es aprender a evitar, hasta erradicar, la violencia en nuestros ambientes. Las familias y las escuelas tienen que comprometerse a ser espacios de paz y de creatividad. La autoridad pública debe impulsar programas para ello y todos, cada uno en su espacio, debemos estar atentos a no aceptar y menos cometer actos de violencia. Solo así podremos aspirar a que en el mediano plazo tengamos un ambiente de más paz y tranquilidad. ¿O usted qué opina?
@ambrociomojardi
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