Hay que superar la habituación al delito
07 abril 2017
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Ambrocio Mojardín Heráldez
Existe en psicología un principio conocido como habituación, que resulta importante usar ahora para analizar lo que vivimos en seguridad pública. Habituarse es “acostumbrarse” a lo que sucede y responder a ello cada vez con menor intensidad; es llegar a ver lo extraordinario como ordinario, sin importar sus efectos y alcances.
La habituación es el resultado más primario del aprendizaje por asociación. Las personas tienen contacto frecuente con un evento, o información y se van adaptando a su presencia y contenido; la notoriedad del evento se pierde a medida que se hace familiar y común.
La habituación es más fuerte cuando el evento, o información objeto, se integra a los valores y dinámica cotidiana de la persona, al grado de perder todo índice de notoriedad. Es común que la habituación se asocie a la desensibilización; entre más habituado se esté al fenómeno, más insensible a sus manifestaciones.
Algo así parece estar pasando en nuestro estado y en muchas regiones del País con la delincuencia. La ocurrencia de muchos delitos es tal, que las personas empiezan a verlos como “inevitables” y solo se preparan para que no les impacte directamente. Responden evadiéndolo y manteniéndose a distancia; no más.
La habituación e insensibilidad han alcanzado tal nivel, que hasta delitos de la mayor gravedad han dejado de causar asombro y en ocasiones hasta se minimizan o justifican. Cada vez es más común escuchar expresiones como estas: “Si lo mataron fue por algo”, o “si la violaron es porque dio lugar”.
En Sinaloa tenemos varios sexenios en los que la delincuencia se ha ido consolidando y aumentando la variedad. De muy poco han servido acciones e inversiones que fueron declaradas pomposamente para enfrentarla.
El problema permanece y lo más grave es que la sociedad lo ha ido adoptando en su cotidianidad. Muchas prácticas sanas de convivencia social (por ejemplo frecuentar a los vecinos) y muchos de los valores que estrechaban las relaciones comunitarias (por ejemplo los préstamos a la palabra) se han ido abandonando, como resultado.
Cifras oficiales indican que tan solo en los últimos siete años la intensidad delictiva ha alcanzado niveles que ganarían el peor de los adjetivos. Números, que tan solo en el rubro de homicidios, justificaría la expresión de que “estamos en guerra”. Una guerra que parece que no percibimos.
El Sistema Nacional de Seguridad Pública registra que entre 2010 y 2017, Sinaloa ha tenido alrededor de 16 mil homicidios (poco menos de un tercio han sido culposos); casi 52 mil robos de vehículos (la mayoría a mano armada); alrededor de 15 mil robos a negocios (la mayoría usando arma de fuego), casi 200 secuestros y un número impreciso, pero alto, de personas están desaparecidas.
Los efectos materiales, sociológicos, económicos y legales de esos cinco delitos, como de aquellos que no se citan, son obvios. Pero la habituación impide ver otros que configuran una herencia de la cual nadie quisiéramos ser destinatario.
Cifras no oficiales indican que al menos 200 mil niños y adolescentes en Sinaloa son víctimas indirectas de la violencia. ¿Qué condiciones de vida están enfrentando esos niños y qué se está haciendo para ayudarles a crecer como personas estables y felices?
Si tan solo pensáramos en la vida que están teniendo y los problemas que están enfrentando, dejaríamos de ver las cosas como lo estamos haciendo. Dejaríamos de ver el problema de la delincuencia y la inseguridad como hasta ahora; un problema de policías, leyes y efectividad en la persecución del delito.
La psicología establece que para superar la habituación es necesario introducir estímulos novedosos y con una intensidad tal que jalen la atención de las personas. Eventos y acciones cuya trascendencia alcance al objeto del comportamiento habituado y le ofrezca alternativas de cambio.
Para enfrentar algunos tipos de delincuencia como la que se vive en Sinaloa, algunas sociedades han implementado políticas y programas interesantes. Son ejemplos de ello el programa de orquestas juveniles en Colombia; el programa deportivo y cultural para escuelas de educación básica y media, así como el de oportunidades laborales para jóvenes en riesgo de Uruguay y Brasil; el programa de control de heroína en Suecia; y, la regulación del mercado de goma de opio en Nueva Zelanda y 17 países aliados a la ONU.
Estos programas pueden ser considerados para atender el problema en Sinaloa. Seguramente tendrían que ser adaptados a contexto y acompañados con otros de contenido específico, pero son opción.
Empezar con ellos es lo que se necesita y tiene que ser en corto plazo. La primera meta sería acabar con los niveles de habituación al problema. Hay que quitar del imaginario social la idea de que la delincuencia es “natural”, o “no tiene solución”.
Hay que tomar y operar decisiones que restablezcan la confianza ciudadana en las instituciones de seguridad. Hay que impulsar acciones para reconstruir la dinámica social, particularmente en los espacios donde conviven las nuevas generaciones. En fin, hay que actuar con dirección que revierta el estado de habituación que hemos ido alcanzando, porque seguir con él muy pocas cosas positivas promete. ¿O usted qué opina?
@ambrociomojardi