Identidad y apariencia

Rodolfo Díaz Fonseca
27 septiembre 2021

Parménides, en un famoso y antiguo poema, escribió que el ser es y el no ser no es. El ser puede pensarse, mientras que el no ser no puede pensarse. Para Heidegger, el ser es inmutable y el ente es lo singular y concreto. Tomás de Aquino precisó que el ser no es ente, sino aquello por lo cual el ente es.

Dejando de lado estas elucubraciones, marañas y disquisiciones filosóficas, debemos reconocer que se habla de una identidad y de algo que es mudable o puede devenir en fugaz apariencia.

Esta constatación nos permite reflexionar sobre lo que constituye nuestra verdadera identidad y cómo, en ocasiones, la cubrimos u ocultamos con simples y artificiales apariencias, como afirmó hace 150 años el filósofo alemán Ludwig Feuerbach:

“Nuestra época, sin duda alguna, prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser... Para ella, lo único sagrado es la ilusión, mientras que lo profano es la verdad. Es más, lo sagrado se engrandece a sus ojos a medida que disminuye la verdad y aumenta la ilusión, tanto que el colmo de la ilusión es para ella el colmo de lo sagrado”.

El sacerdote, escritor y periodista José Luis Martín Descalzo, en “Razones para la esperanza”, escribió: “La santa apariencia es la más venerada en los altares de la humanidad, y para cien de cada cien personas cuenta mucho más lo que puedan pensar las otras noventa y nueve que lo que se lleva almacenado en el interior... La mentira se ha vuelto el eje del mundo. Y no estoy hablando de la “mentira gorda”, de la trapacería. Hablo de esa pequeñísima red de apariencias con que tapizamos todas nuestras horas”.

¿Soy quien digo ser? ¿Vivo de apariencias?