Incomprendida madurez

Rodolfo Díaz Fonseca
10 enero 2024

La madurez, comprendida físicamente, no es bien ponderada; se le asocia con el envejecimiento y la decrepitud. La persona madura refleja el paso y el peso de los años; las arrugas surcan inexorablemente la piel que se marchita con el transcurrir de los días, meses y años.

Quien llega a esa madurez debe abandonar los puestos directivos, pues se considera que ya no tiene la capacidad para estar al frente de una organización para tomar las decisiones adecuadas o implementar las estrategias requeridas. Es tiempo de jubilación, de ceder el paso a las generaciones jóvenes que irrumpen con su intrepidez, impetuosidad y lozanía.

Así lo constató Francesc Torralba, en su libro Elogio de la madurez: “El imperativo social está claro: hay que mantener el espíritu de la juventud o parecer joven porque la madurez se asocia indebidamente al estancamiento, al aburrimiento y al aburguesamiento”.

La madurez no se debe circunscribir solamente al ámbito físico, pues es un término amplio, que incluye un inmenso abanico de positivas y benéficas posibilidades.

Torralba, afirmó: “La madurez es la edad de la realización... Un ser humano es maduro cuando está en condiciones de darse al mundo, de enseñar a los demás lo que ha aprendido, de entregarse generosamente para que los otros puedan aprender lo que él sabe... Para llegar a la edad madura hay que recibir mucho, pero para ejercer la madurez hay que aprender a dar mucho”.

La madurez es la consolidación de la experiencia que adquirimos en el caminar cotidiano, pues, como insistió Torralba: “Nuestra vida sólo es definitiva después del último aliento”.

Shakespeare, en su obra El Rey Lear, expresó: “Los hombres han de tener paciencia para partir de este mundo, tanta como para vivir en él: la madurez lo es todo”.

¿Valoro adecuadamente la madurez?