Intimidad y extimidad
En las últimas columnas insistimos en la necesidad de la intimidad y la meditación trascendental, para encontrar el sentido de lo que somos y hacemos.
El concepto de intimidad fue utilizado por Madame de Sevigné, en las cartas que dirigió a su hija en 1684; sin embargo, el término de extimidad puede parecernos extraño. Fue usado por primera vez por el pscicoanalista Jacques Lacan, quien lo concibió como algo paradójico, pues se trata de un elemento cercano al interior, pero se encuentra en el exterior.
Hoy se concibe a la extimidad como aquella expresión de intimidad que se exhibe voluntariamente en las redes. No obstante, es evidente que no nos topamos en las redes sociales, plataformas y sitios virtuales con lo que las personas son, sino con aquello que nos quieren presentar y representar, mediante palabras, imágenes, historias, hábitos, comidas, viajes, reuniones, ceremonias y festejos. Es decir, no nos acercamos a lo que las personas son, sino solamente a aquello que nos quieren mostrar.
Hoy en día, cualquiera puede subir a las redes, blogs, sitios o plataformas la información que, anteriormente, sólo podía circular mediante diarios íntimos. Lógicamente, la retroalimentación era más lenta, mientras que hoy inmediatamente somos alimentados en nuestro ego por los likes y reproducciones de contenidos que subimos y compartimos.
Mientras los grandes temas filosóficos para los existencialistas, como Gabriel Marcel, fueron el ser y tener; al igual que para Erich Fromm, ahora se ha mudado al sólo aparecer. Para Descartes, el ideal filosófico era: “pienso, luego existo”; en cambio, ahora, se mudó al “me muestro, luego existo”.
El verdadero problema actual es discernir entre identidad digital e identidad real, puesto que la redes actúan, precisamente, como tales y nos atrapan en sus engaños.
¿Profundizo la intimidad? ¿La reproduzco en la extimidad?