La alegría de envejecer
Hemos insistido en la necesidad de alejar el temor a la vejez. Claro, resentiremos pérdida física, de memoria, de músculos y de vigor. Todos estos signos serán irrefutable evidencia de que se acerca el final, pero esto no es una tragedia ni una funesta hecatombe.
Jacques Lecrerq en su obra, La alegría de envejecer, recurrió a la metáfora de cuando se escala una montaña para ejemplificar lo que acontece en la tercera edad.
“Cuando se escala una montaña, el paisaje va desnudándose poco a poco y, finalmente, cuando uno llega a la cumbre no encuentra más que piedras y nieve, pero desde allí la vista es magnífica. Ya no se puede subir más, sólo para ir al cielo. Lo mismo ocurre con la vejez”.
Agregó: “A lo largo de la vida hemos subido por cien caminos, a veces sinuosos y, poco a poco, el paisaje se ha ido desnudando. Los que mandaban, dirigían, protegían nuestra juventud, desaparecieron unos tras otros. Después, los compañeros de la vida. Uno sigue avanzando y cada vez está más solo. El que llega a la madurez termina como el alpinista en una cumbre pelada y cuando vuelve la vista contempla su vida extendida ante él como un paisaje. Es la cumbre, pero también es el fin del hombre sobre la tierra. No hay otra manera de avanzar que yendo al cielo”.
Con tono más terreno, José Saramago expresó que no importa el peso de los años: “Frecuentemente me preguntan que cuántos años tengo... ¡Qué importa eso! Tengo la edad que quiero y siento... Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo. Tengo los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, y las ilusiones se convierten en esperanza”.
¿Envejezco con alegría?