La atención, un puente entre visión y memoria

Emiliano Terán Bobadilla
08 diciembre 2025

La mayor parte de la información que adquirimos proviene del sistema visual; cerca del 80 por ciento de lo que recibimos entra por nuestros ojos.

Esta enorme cantidad de estímulos no llega a nuestra mente de manera caótica. Nuestro cerebro ha desarrollado estrategias para discriminar, priorizar y dar sentido a este flujo constante. Entre ellas, la atención ocupa un lugar central. A continuación, exploramos la interacción entre visión, atención, emociones y memoria.

La visión no es únicamente un proceso óptico. Aunque inicia en los ojos, continúa en regiones profundas del cerebro distribuidas entre la corteza cerebral occipital (parte posterior) y estructuras del sistema límbico, situadas entre el cerebro reptiliano y la corteza cerebral.

Las imágenes que observamos no son pasivas, antes de convertirse en “percepción”, el cerebro las interpreta, selecciona detalles, descarta otros y les asigna un valor emocional. Este peso emocional no es accesorio; históricamente nos permitió reaccionar ante posibles amenazas y aumentar nuestras posibilidades de supervivencia.

A pesar del enorme avance tecnológico que define la vida contemporánea, nuestra estructura cerebral mantiene la misma lógica adaptativa que permitió a nuestros antepasados enfrentar un entorno lleno de riesgos. Sin embargo, el escenario actual es distinto.

Las tecnologías diseñadas para captar nuestra atención (teléfonos, pantallas brillantes, aplicaciones, anuncios visuales) compiten de forma constante por este recurso limitado. La distracción y la saturación visual reducen nuestra capacidad para procesar de manera profunda la información recibida.

Algunas de estas tecnologías afectan cómo se consolidan las experiencias, especialmente durante el sueño, cuando los recuerdos se organizan y fijan.

La atención se organiza principalmente en la corteza prefrontal, región responsable de seleccionar la información relevante. Este filtro cognitivo nos permite enfocarnos en aquello que importa para nuestros objetivos inmediatos. Por esta razón, una gran parte de lo que vemos no llega a registrarse en la memoria, pese a la sensación subjetiva de que “lo observamos todo”. La atención es, en este sentido, el mecanismo que determina qué parte de lo observado se convierte en experiencia significativa y cuál se pierde sin dejar rastro.

Las emociones, por su parte, se procesan en el sistema límbico. En la amígdala se almacenan, organizan y vinculan con las imágenes recibidas. Esto les otorga un peso emocional que orienta nuestras decisiones y reacciones.

Un estímulo visto con plena atención y acompañado de una carga emocional tiende a consolidarse con mayor fuerza en la memoria. Esta relación explica por qué ciertos eventos quedan grabados en nuestra mente mientras otros se desvanecen casi de inmediato.

Vemos mejor aquello a lo que prestamos atención y recordamos mejor lo que fue observado con atención y emoción.

En la Universidad Autónoma de Sinaloa desarrollamos una línea de investigación orientada a cuantificar la atención. Este proyecto, iniciado hace algunos años en el estudio del glaucoma y su impacto en la capacidad de procesar información visual, ha crecido hasta incluir contextos más amplios. Nuestro objetivo es medir cómo la atención se modifica ante un exceso de estímulos, la dispersión cognitiva o una mala calidad del sueño. Estos factores influyen directamente en la consolidación de recuerdos y, en consecuencia, en la forma en que construimos nuestras experiencias personales.

Algunas recomendaciones: Para los estudiantes, estos hallazgos tienen aplicaciones directas. Mantener buenos hábitos de sueño es fundamental: estudiar durante el día ayuda a contextualizar lo aprendido, mientras que el descanso nocturno permite consolidar esa información de manera efectiva.

La atención es un recurso limitado y valioso; cuanto más la cultivemos, mejores serán nuestros procesos de aprendizaje.

Estas sugerencias no se limitan al ámbito académico. En una vida diaria saturada de estímulos visuales y digitales, el público en general también puede beneficiarse de prácticas que favorezcan una atención más estable. Organizar las actividades, reducir la exposición a distractores y respetar los ciclos de sueño contribuyen a mejorar la forma en que procesamos y almacenamos nuestras experiencias cotidianas.

La mente, las tecnologías y la memoria están estrechamente vinculadas. Comprender esta interacción es cada vez más necesario para enfrentar un mundo donde la atención se ha convertido en uno de los recursos más disputados. Cultivar hábitos que protejan nuestra capacidad de ver, sentir y recordar no es solo una recomendación, es una forma de cuidar nuestra vida cognitiva en un entorno que exige más de ella cada día.