La bestia negra mexicana

Arturo Santamaría Gómez
09 abril 2022

Una creencia universal moderna es que la política se guíe por normas respetadas por todos sus actores. Si no es así, la política toma rumbos confusos, incluso peligrosos y violentos.

En realidad no hay una sociedad que respete siempre e irrestrictamente las normas establecidas para hacer política; pero, por lo mismo, hay leyes que sancionan a que quienes las violentan. Y cuando esto sucede las sociedades viven los procesos políticos con normalidad, la cual no es siempre ausencia de delito, sino que este si se presenta es castigado.

No son muchas, por cierto, las sociedades donde la política se hace respetando plenamente las leyes establecidas. Quizá Estados Unidos e Inglaterra, con los sistemas políticos más antiguos y estables, es donde ha predominado una política que acata en lo básico las normas establecidas, Sin embargo, ahí mismo, sobre todo en la Unión Americana y recientemente con el movimiento que respalda a Trump, hemos visto el debilitamiento del respeto a su legalidad política.

Partiendo tan solo del inicio de la ilustración en el Siglo 18, es decir, del inicio de la modernidad, fuera de estos dos países, prácticamente todas las demás, incluyendo Francia y las naciones escandinavas, han experimentado dictaduras y/o sistemas políticos muy inestables.

Algunos historiadores sitúan el inicio de la modernidad en el Renacimiento, de tres a dos siglos antes que la Ilustración, y por eso le conceden a Maquiavelo ser el primer pensador político moderno; es decir, quien, intenta la búsqueda de la explicación objetiva de los fenómenos, en este caso, políticos.

Para el florentino la política buena, es la que tiene éxito. ¿Para él cuál es la política exitosa? La que es capaz de hacerse del poder y mantenerlo. No más. Es decir, Maquiavelo no le concede una connotación moral a la “política buena”, sino, simplemente, lo eficaz.

Esta tesis central le permitió a Maquiavelo desarrollar su obra cumbre El Príncipe, donde desmenuza todas las nanopartículas del quehacer político. Nicolo di Bernardo Machiavelli, nos revela que no hay conducta humana, loable o deleznable, ajena a la política. Nos deja muy claro que santos y demonios, el amor y el odio, son parte de la condición humana y, por ende, de la política.

Si igualamos, simplificando la metáfora, santos con la legalidad y los demonios con la ilegalidad, podríamos decir que lo más cercano a lo aceptable y loable por la mayoría de las sociedades modernas es un régimen político democrático en el que obligatoriamente debe imperar el respeto a la legalidad establecida.

Algunas sociedades han sido más aptas o han encontrado mejores condiciones históricas para construir sistemas políticos democráticos. Una de las que ha padecido más en el Continente Americano para lograrlas es México.

Entender la legalidad en todos los órdenes, y más particularmente en el político, ha sido la gran pesadilla de nuestra sociedad. Y más aun cuando hablamos de legalidad democrática.

En México, en realidad, ha imperado, como lo han dicho incontables historiadores, politólogos, sociólogos y antropólogos, la simulación del respeto a la ley. Y no es que no haya simulación en otros países, pero en el nuestro esta es precisamente la norma, pero no la legal sino la costumbrista, la no escrita.

Para ya no hablar del Siglo 19, sino tan solo del 20 y del actual, la lucha por la legalidad y la construcción de un régimen democrático ha sido sumamente accidentada e irregular; tiene escaladas importantes y descensos lastimosos. Dentro de los vectores que lo explican es que nuestra idea de la legalidad es muy pobre. Y una de las razones por las que ha sido así, es que las mayorías, concluyen, que mientras no haya justicia social no puede haber justicia jurídica, ni política; es decir, no puede haber un régimen democrático real.

A lo largo de casi todo el Siglo 20 el PRI perfeccionó la cultura política de la simulación y la trampa, la cual no fue una creación exclusiva suya porque tal conducta viene de muy lejos en la historia mexicana, sin embargo, más de siete décadas en el poder le permitieron amaestrarla y enraizarla profundamente en la psique de la mayoría de los mexicanos.

Los políticos opositores siempre juraron acabarla en cuanto llegaran al poder. No pudieron o no quisieron hacerlo. El poder los domeñó. El PAN dijo que quería, pero no fue cierto. Morena dijo que quería hacerlo y tampoco ha sido cierto. Nadie ha podido con la bestia negra de la sociedad mexicana. Con AMLO, la reencarnación más acabada del arte político priista, está convencido de que lo importante en política es conservar el poder a costa de lo que sea y como sea; es decir, se queda con la faceta dura de la lucha por el poder que expone Maquiavelo. Lo que parecía una enorme aportación de López Obrador y Morena a la democratización de México con su inobjetable triunfo electoral el 6 de julio de 2018, la están revirtiendo golpe a golpe.

En efecto, en Morena, donde caben todas las ideologías y prácticas políticas, se han convencido del liderazgo de su caudillo, y todos, priistas de pensamiento, neoliberales disfrazados, liberales de a mentiritas, comunistas, socialistas, socialdemócratas, feministas parciales, misóginos, oportunistas, arribistas y pragmáticos de todo tipo, obedecen la consigna de que bien merecen hacer de lado, para ser consecuentes con la contradictoria historia política mexicana, los intentos de construir una sociedad guiada por el respeto irrestricto a la ley, para que la 4T se “endure” en el poder.