La ciudad que se prometió vs. la ciudad que existe
En la Ciudad de México se ha vuelto normal escuchar la palabra “utopía”. Con ella, la administración capitalina intenta nombrar espacios destinados a combatir desigualdades, garantizar derechos y construir una ciudad más justa.
Sin embargo, cuando se trata del derecho a un medio ambiente sano, la utopía se queda en menos que un concepto. Porque una ciudad verdaderamente justa y sustentable no solo se construye con espacios recreativos o programas sociales: también con aire limpio, sistemas de recolección de residuos eficientes, políticas sólidas de prevención y un compromiso serio para frenar la contaminación. En particular, la contaminación plástica.
Hoy, quienes vivimos en la Ciudad de México no habitamos una utopía. Habitamos una ciudad sumergida en plásticos: bolsas, empaques, unicel, empaques de comercio electrónico, residuos sin separación real y una cadena interminable de basura que aparece en cada coladera, cada barranca, cada camellón.
A lo anterior, se suma un discurso oficial que enfatiza la responsabilidad individual sobre la empresarial/industrial. A la ciudadanía se nos exige separar la basura, reducir el consumo, usar menos plásticos. Sin embargo, el gobierno evade responsabilidades y evita regular a quienes realmente sostienen el modelo de producción de desechables plásticos: las grandes empresas, muchas de ellas extranjeras.
Mientras a la ciudadanía se le pide cargar con la culpa ambiental, compañías de comercio electrónico inundan todos los días la ciudad con basura plástica de un solo uso del mismo material que las bolsas plásticas prohibidas desde 2020.
La consecuencia es tangible: contaminación en calles, pérdida de calidad del aire, riesgos a la salud, afectación a ecosistemas urbanos y una violación cotidiana al derecho constitucional a un medio ambiente sano y, por lo tanto, a nuestra salud.
La Ciudad de México presume innovaciones urbanas, pero enfrenta una crisis ambiental que no se resuelve con campañas ni eslóganes publicitarios; basta recordar las inundaciones de hace unos meses para tenerlo aún más claro. Si el gobierno realmente quiere construir una ciudad sustentable, debe hacer algo que hasta ahora no ha querido: regular en serio a las grandes industrias que introducen plásticos desechables al mercado.
No basta con decirle a la ciudadanía que reduzca su consumo. El cambio real comienza por donde más duele: las cadenas de producción.
La utopía ambiental no se construye solo con parques o centros comunitarios: se crea con datos transparentes, políticas valientes y una visión que entienda que la justicia ambiental es también justicia social.
La autora, Alma Ugarte, es Enlace Legislativo de Oceana