La cruel indiferencia

Rodolfo Díaz Fonseca
27 enero 2022

En alguna ocasión hemos hecho mención de la canción Ódiame, la cual fue popularizada por el llamado “El ruiseñor de América”, Julio Jaramillo, en 1965. Es parte de un poema escrito por el peruano Federico Barreto, en 1920, y lo musicalizó el compositor Rafael Otero.

En una de las partes retomadas dice: “Ódiame por piedad, yo te lo pido... ¡Ódiame sin medida ni clemencia! Más vale el odio que la indiferencia. El rencor hiere menos que el olvido”.

Efectivamente, duele mucho ser odiado, pero mucho más ser ignorado. Cuando se odia a una persona, puede estar segura de que habita en quien la odia, aunque ésta no lo quiera, y le hace más daño a ella el recuerdo o su presencia. En cambio, es más doloroso constatar que somos indiferentes a una persona que sí nos importa.

Elie Wiesel, escritor rumano sobreviviente de los campos de concentración y que recibió en 1986 el Premio Nobel de la Paz, legó ardientes palabras contra quienes permanecen indiferentes ante el sufrimiento de los demás, como lo experimentó él en carne propia durante el holocausto.

De su discurso. “Los peligros de la Indiferencia”, pronunciado en 1999 en Washington, con ocasión del fin del milenio, extraemos algunos conceptos: “¿Qué es la indiferencia?.. ¿Es una filosofía? ¿Es concebible una filosofía de la indiferencia? ¿Puede uno ver la indiferencia como virtud?”

Agregó: “La indiferencia puede ser tentadora, más que eso, seductora... Es mucho más fácil alejarse de las víctimas... Allá, detrás de las puertas negras de Auschwitz... algunos de nosotros sentíamos que ser abandonados por la humanidad no era lo último. Nosotros sentíamos que ser abandonados por Dios era peor que ser castigados por él. Era mejor un Dios injusto que un Dios indiferente”.

¿Ignoro a alguna persona? ¿Miro con cruel indiferencia?