La cultura como esperanza

Arturo Santamaría Gómez
11 octubre 2025

La cultura, entendida en un sentido amplio, es decir, como un conjunto de saberes, prácticas, usos y costumbres colectivas, incluyendo las artísticas y científicas, es uno de los campos claves -en Max Weber, uno de los sociólogos más importantes de esta disciplina, la más importante en el desarrollo económico de las sociedades- para explicar la edificación y evolución de las naciones.

No todas las teorías sociológicas y antropológicas le conceden al campo de la cultura la misma relevancia que le otorga Weber en la construcción de las sociedades, pero ninguna de ellas, incluyendo la marxista, niegan su enorme importancia. Por ejemplo, Antonio Gramsci, más que ningún otro seguidor de Carlos Marx, le confiere a la lucha cultural una fuerza estratégica en la lucha revolucionaria.

Lo anterior viene a colación porque el gobierno de Rubén Rocha Moya le está apostando a las actividades artísticas, y más particularmente a los festivales, como el que se celebra en este mes, para contrarrestar la imagen de la Sinaloa delictiva y violenta.

Rubén Rocha no ha sido el primero en hacerlo así. Por lo menos, Alfonso G. Calderón y Francisco Labastida Ochoa también lo creyeron y se aplicaron para lograrlo. El primero fue el creador ni más ni menos de Difocur, el antecesor del actual Isic, y Labastida Ochoa impulsó exitosamente la creación del Festival Cultural Sinaloa, a quien el periodista y crítico cultural Julio Bernal llamó “un monumento arqueológico, un periodo magnífico en el devenir del estado”.

Calderón impulsó, bajo la batuta de su hija Sandra, la creación de Difocur, de manera simultánea a la Operación Cóndor, la campaña policial y militar del gobierno de Luis Echeverría contra el narcotráfico. Labastida Ochoa materializó el festival Cultural Sinaloa, ideado por su hermano Jaime y la historiadora María Teresa Uriarte, esposa del Gobernador, cuando la imagen de Sinaloa en México ya había sido acaparada por los narcotraficantes. Y, ahora Rubén Rocha Moya, en medio de uno de los periodos más violentos de nuestra historia, le apuesta nuevamente a una fuerte inversión y promoción de las actividades artísticas como un recurso para decirle a los sinaloenses que la vida se puede ver de manera gozosa e inteligente.

Apostarle a la cultura es necesario y sensato, pero el envite debe ir mucho más allá de los festivales y actividades artísticas. En realidad, lo necesario para enfrentar el monstruo criminal que nos devora es necesario crear un sistema cultural permanente, en la familia, la sociedad civil, Estado y empresas, que cultive en todas partes y entre todas las fuentes creativas de arte y ciencia, los valores más sólidos de una sociedad sana.

Las organizaciones criminales y sus propuestas culturales son tan poderosas y están tan arraigadas en Sinaloa, y son tan atractivas para miles de coterráneos, que sólo una tarea cotidiana y para toda la vida desde el campo de lo mejor de la cultura, universal, nacional y local, pudiera a mediano y largo plazo al menos debilitarla en su seducción, sobre todo entre las nuevas generaciones.

El momento actual puede ser un punto de inflexión histórico para proponer en Sinaloa otras alternativas en el estilo de vida que propone el crimen organizado. La actual guerra narca ha dañado en extremo el tejido social y la economía sinaloenses que, por primera vez en décadas, hay un convencimiento extendido entre la sociedad local, particularmente la culichi, de que el crimen organizado es una enfermedad degenerativa, y que, si no se detiene ahora en su crecimiento, en el futuro cercano no va a dejar nada en pie.

Tanto la sociedad política, como la empresa y amplias capas de la población civil toleraron las actividades y propuestas culturales del narco al grado que éste estableció su hegemonía, la cual ya se ha extendido a otras regiones del País que han imitado el paradigma delictivo sinaloense. Pero la crisis que nació el 26 de julio de 2024 ha sido tan telúrica que exige un replanteamiento y renacimiento de la sociedad sinaloense.

Una Sinaloa diferente no nacerá de la noche a la mañana porque los cambios societarios profundos son de largo aliento, y, para empezar, el narco no va a desparecer. Lo que sí puede pasar es que no vuelva a ser hegemónico en ningún sentido. Pero depende muchos factores y actores, y de esfuerzos titánicos de nosotros, para que eso suceda.

Volviendo a las posibilidades de que la cultura sea un sólido estandarte en el combate a las actividades delictivas y sus representaciones simbólicas, mi convencimiento personal es que, al margen de que se deben impulsar un sistema muy sólido de tareas permanentes y emanadas de una reflexión colectiva, es que un poderoso fomento a la lectura, como nunca ha existido en la historia de Sinaloa, sea el eje de ese nuevo sistema cultural.

Quizá me equivoque, pero José Vasconcelos, cuando creó la SEP, después del terremoto revolucionario de 1910, gran parte de sus esfuerzos se centraron en la alfabetización y en el fomento de la lectura entre las nuevas generaciones, sobre todo las menos favorecidas. Así fue porque la lectura, tanto literaria como científica, es la matriz que más posibilidades tiene de desarrollar la inteligencia, el razonamiento, el análisis, la sensibilidad y, al igual que las artes, la capacidad lúdica de los seres humanos. No es gratuito que los países más desarrollados y con mayor índice de bienestar sean lectores. Así nos lo han demostrado los fineses, japoneses, daneses, noruegos, suizos e islandeses, entre otros.

Nunca es tarde. La crisis que vivimos nos demanda imaginación y compromiso para construir una Sinaloa renacida.