La estigmatización a la pobreza
Reconocer cuándo una persona vive en pobreza no siempre es tan fácil como parece. La pobreza no se refleja únicamente en la apariencia o en el lugar donde alguien vive; muchas veces está oculta detrás de realidades silenciosas, como la falta de oportunidades, de servicios o de ingreso suficiente para vivir con dignidad.
De acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), una persona es pobre cuando su ingreso no le permite adquirir los bienes y servicios básicos y, además, presenta una o más carencias sociales.
Esto significa que la pobreza no es solo económica, sino también social. No se trata únicamente de cuánto dinero se tiene, sino de cuántos derechos fundamentales faltan.
Existen distintos tipos de pobreza reconocidos por el CONEVAL. Está la pobreza alimentaria, cuando el ingreso no alcanza para cubrir una alimentación suficiente y nutritiva. La pobreza de capacidades, cuando no se pueden satisfacer necesidades básicas como la salud o la educación. Y la pobreza patrimonial, cuando además de la alimentación, tampoco se puede acceder a vivienda, vestido o transporte.
Cada una de ellas muestra una forma distinta de carencia, pero todas comparten un mismo fondo: la falta de condiciones para vivir plenamente.
A nivel más reciente, el CONEVAL mide seis carencias sociales que ayudan a entender mejor esta realidad: el rezago educativo, la falta de acceso a servicios de salud, la carencia de seguridad social, la mala calidad o el hacinamiento en la vivienda, la falta de servicios básicos como agua o drenaje, y la carencia de alimentación adecuada.
Cuando una persona enfrenta una o varias de estas situaciones, su vida se vuelve más difícil, y con frecuencia, más invisible para los demás.
Uno de los retos más grandes que enfrentan quienes viven en pobreza es la estigmatización. La sociedad tiende a juzgar sin entender.
Se asocia la pobreza con la flojera, la ignorancia o la falta de esfuerzo, cuando en realidad muchas personas trabajan arduamente, pero no logran salir adelante porque las condiciones del entorno son injustas o limitadas.
Este estigma duele y margina aún más: hace que la gente oculte su situación, que deje de pedir ayuda por miedo a ser señalada, o que cargue con la culpa de algo que no eligió.
Identificar la pobreza con sensibilidad y conocimiento es el primer paso para erradicarla. No basta con mirar los ingresos o las apariencias; hay que reconocer los derechos que faltan.
La pobreza puede estar en una familia que no tiene agua potable, en un joven que dejó la escuela, o en una madre que no puede llevar a sus hijos al médico.
Comprender estas realidades nos permite acercarnos sin prejuicio, con empatía y respeto.
Solo entendiendo los distintos tipos de pobreza y sus causas podremos combatir la estigmatización y construir una sociedad más justa.
La pobreza no es un rasgo de las personas, es una condición que puede y debe cambiar. Y ese cambio comienza cuando dejamos de juzgar y empezamos a mirar con compasión, reconociendo que detrás de cada carencia hay un ser humano con dignidad, sueños y el mismo derecho a una vida mejor.