La historia se repite

Ernesto Hernández Norzagaray
11 julio 2021

A finales de los años veinte del siglo pasado el entonces Presidente Plutarco Elías Calles llamaba a la élite política a transitar del México de los caudillos, al México de las instituciones. Atrás de ese llamado estaban los más de medio millón de muertos que había dejado la Revolución de 1910-1917 y los innumerables asesinatos políticos, que habían ocurrido en un afán desmedido por construir un sistema de cotos de poder a lo largo y ancho del país.

En Sinaloa, ocurrió el probable envenenamiento del militar culichi Ángel Flores, el 31 de marzo de 1926, quien había sido Gobernador del Estado entre 1920 y 1924, y aspiraba, a dirigir los destinos del país apoyado por el conservador Sindicato Nacional de Agricultores.

Esto sucedía en un tiempo en que los gobernantes no cumplían con sus mandatos constitucionales y más allá de los confines territoriales, sucede el asesinato del general choixense Francisco Serrano Barbeytia, en Huitzilac, Morelos, el 3 de octubre de 1927, cuando se dirigía a Palacio Nacional y quien, también, pretendía ser candidato en 1928 por un conjunto de fuerzas de distintas regiones del país a la Presidencia de la República contendiendo contra el general sonorense Álvaro Obregón.

Frente a esta balcanización del país y el maremágnum que provocaba la ola de crímenes políticos, y que alcanzó el 17 de julio de 1928 al Presidente electo Álvaro Obregón, resultaba indispensable una convocatoria para pacificar el país y ésta la hizo, el entonces Presidente Plutarco Elías Calles, quien se rumoró con cierta insistencia que estuvo detrás del magnicidio para luego tener control absoluto del país a través del llamado maximato, que consistía en gobernar de facto, aunque otros detentarán el cargo de titular del ejecutivo federal.

El Sinaloa posrevolucionario había dado pie a que la balcanización la alcanzará. La revuelta había construido una estructura de poder y eso significaba, que cada cacique político, tenía su propio “partido” y con eso negociaba su propia cuota de poder, pero, también, era motivo de una tensión permanente en los distintos municipios. Y así estaba todo el país. Era una bomba de tiempo que podría estallar en una nueva revolución social. De ahí, los esfuerzos por una política de pactos que llevará a la disolución de los múltiples “partidos” locales y la necesidad de un único partido nacional, que mantendría la política de cotos, al menos, en tanto se consolidaba una directriz nacional, bajo el control omnipotente de la figura presidencial.

Y así, el 4 de marzo de 1929, se constituyó el Partido Nacional Revolucionario (PNR) con la integración del mayor número de agrupaciones nacionales y locales quedando fuera de este esfuerzo aglutinador sólo el Partido Laborista Mexicano y el Partido Comunista Mexicano, con lo que inicia el tránsito al llamado “país de las instituciones” que en realidad sería el asiento básico del llamado maximato callista.

El viejo Carlos Marx alguna vez señaló en su obra el 18 Brumario que “La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”,​ parodiando de esta forma el golpe dado por Luis Napoleón Bonaparte, que provocó el triunfo de la burguesía gala y dio lugar al expansionismo francés.

Viene a cuento está expresión para buscar el hilo de lo ocurrido en las elecciones del pasado 6 de junio, cuando el Presidente López Obrador y sus operadores políticos, tejieron alianzas formales con los distintos grupos de poder regionales con desprendimientos del PRI, PAN y PRD y se toleró la acción de los grupos criminales que apoyaban a los candidatos de Morena pero, a cambio, estos buscaban quedarse con una cuota de poder en sus esferas de influencia territorial y lo más grave, con representación política. Quizá, un adelanto, de ese poder conquistado es la imagen sin capucha de los “soldados” del CJNG que aparecieron en Aguililla en la tierra caliente michoacana ¿Cuál es el sentido?

Nunca Plutarco Elías Calles podría haber imaginado una confluencia de este tipo. No porque fueran solo otros tiempos, sino por el riesgo que representa para cualquier gobernante, y en última instancia para el país, pero a nuestro Presidente le gusta jugar fuerte, como lo hizo Elías Calles, atrayendo hacia la presidencia a todos los exponentes de los grupos de poder en un país fragmentado, balcanizado, para ser él, el centro político.

Sin embargo, las cuentas si bien son buenas, cuando logró con la estrategia de atracción ganar once de las quince gubernaturas y Morena será el partido con la mayor representación en la Cámara de Diputados sin llegar a tener la mayoría absoluta, que sí la tiene en el Senado de la República, y cientos de municipios en toda la geografía nacional, pero, sin embargo, en términos de votos electorales está ligeramente por encima de la alianza PRI-PAN-PRD y por debajo, si se amplía con el partido MC, además, tiene un desafío no menor que viene siendo como obtener la mayoría de la Cámara de Diputados que es la que autoriza los presupuestos de la Federación.

Sin esos presupuestos, sus programas asistencialistas, estarán en un serio predicamento para seguir sosteniéndolas sobre todo en una atmósfera marcada por la pandemia que sigue y seguirá exigiendo una gran cantidad de recursos públicos frescos, en medio de un alza inflacionaria del casi 6% en lo que va de este año y la contracción relativa de la actividad económica.

O sea, está el problema político, que han dejado los resultados de las elecciones, pero también el problema económico, aunque el Presidente los minimiza, y dice “vamos bien”, como esta semana intentó convencer fallidamente al periodista Jorge Ramos, cuando habló de violencia criminal y manejo de pandemia, y pudiera haber dicho lo mismo, con cualquier otro tema, porque el Presidente tiene siempre “otros datos”, aún cuando sus críticos, esgriman los oficiales, los de su gobierno.

Claro, hay una diferencia con Elías Calles, mientras el sonorense esgrimía el tránsito a un país de instituciones, el tabasqueño esgrime una democracia con instituciones débiles y en cierta forma a imagen y semejanza de las necesidades de la 4T, pero, también, una similitud, mientras el general buscaba un poder interpósito que llevó a Lázaro Cárdenas a echarlo del país, AMLO, afirma que terminando el mandato presidencial se va a su finca chiapaneca de La Chingada, pero hay quienes lo dudan, cuando ven, el tiempo que dedica al proceso sucesorio.