La maestra tristeza

Rodolfo Díaz Fonseca
28 mayo 2022

La felicidad se nos presenta como una rutilante estrella, y la tristeza como un profundo pozo que nos engulle sin piedad. Empero, pocas veces reflexionamos en la oportunidad de experimentar sentimientos tristes, pues son más íntimos e insondables, mientras que los acontecimientos alegres son explosivos y, como pompas de jabón, desaparecen al tocar momentáneamente nuestra existencia.

Los cuentos infantiles terminan con la consabida frase: “y vivieron siempre juntos y felices”. Sin embargo, en ocasiones se nos olvida que es solamente un cliché, un gastado estereotipo. Incluso, cuando pensamos en el porvenir de nuestros hijos, es común que expresemos el deseo de que alcancen sin demora el tranvía de la felicidad.

No obstante, también los momentos tristes dejan en nosotros una trascendente enseñanza. Si no existiera la tristeza no sería posible valorar los momentos de alegría, como no se puede apreciar la luz cuando no se ha padecido la oscuridad.

Rainer María Rilke, en sus Cartas a un joven poeta, dirigidas a Franz Xaver Kappus, le aconsejó: “Usted ha tenido muchas y grandes tristezas, que ya pasaron, y me dice que incluso el paso de esas tristezas fue para usted duro y motivo de desazón. Pero yo le ruego que considere si ellas no pasaron más bien por en medio de su vida misma. Si en usted no transformaron muchas cosas. Y si, mientras estaba triste, no cambió en alguna parte –en cualquier parte- de su ser”.

Apuntó que son momentos íntimos de silencio, tensión, paciencia y profundización: “Porque se nos arrebata por un instante todo cuanto nos es familiar, habitual. Y porque nos hallamos en medio de una transición, en la cual no podemos detenernos... Sin embargo, nos transformamos como se transforma una casa en la que ha entrado un huésped”.

¿Valoro las experiencias tristes?