La mala Educación (El costo de...)

Juan Alfonso Mejía
06 marzo 2022

A punto de escribir mi columna, abrí Instagram como parte de un reflejo natural. Leí un mensaje de un internauta que me decía: “[...] las vocaciones prevalecen, pero tienden a desviarse al no conducir a un futuro prometedor [...] es más rentable ser barman que maestro, se gana más por emborrachar gente que educarla”. Su comentario es producto del “Kratos” de la semana pasada en la que planteo recuperar un nuevo “FIN” para la escuela, “so pena” de que no sea el origen de su fin. La calidad educativa (exitosa y/o fallida) resulta cada vez más insuficiente para explicar los desafíos de nuestro tiempo, particularmente la imperante inequidad de oportunidades para nuestros jóvenes. A la escuela no le está alcanzando, no de la manera en que lo estamos abordando.

Siendo “el gasto” el principal elemento de política pública, en no pocas ocasiones suele vérsele como uno de los principales problemas. No es poca cosa y menos en México, pero no creo que se trate del mal mayor. Gastar más - aunque insuficiente - y gastar mejor - aunque falta mucho por mejorar - repercute profundamente en la función social que debería cumplir “la escuela”, pero lo principal es darle un sentido al propósito del gasto.

Me refiero al costo social de no tener un sistema educativo que combata la inequitativa distribución de oportunidades, sino que sea reflejo del mismo. Pienso de antemano en el sentimiento de frustración de miles de jóvenes por no encontrar retribución laboral equiparable de acuerdo a su esfuerzo de vida.

En México cada vez hay más personas con educación superior, pero no por eso les pagan mejor. “Hace 15 años solo el 15 por ciento de los trabajadores tenían una licenciatura, ahora la tiene el 24 por ciento. Pero, hoy un profesionista gana 27 por ciento menos que hace 15 años”.(1) Hicieron todo lo que les dijeron que hicieran para un futuro mejor, pero no funcionó. En palabras de Viridiana Ríos, “[aquí] se derrumba el gran mito sobre el que se sostiene la clase media mexicana: la idea de que para tener un buen salario hay que estudiar más”.(2)

Algunos especialistas sugieren que los títulos universitarios están devaluados. Sin embargo, no existe evidencia de que los nuevos profesionistas mexicanos tengan títulos de menor calidad, o que exista alguna “degradación” de los estudiantes universitarios. “Si así fuera, solo se vería una caída en los salarios de los egresados nuevos, no de los viejos”.(3)

El mercado es cosa del pasado, las consecuencias de los costos de una “mala educación” ya no están ahí, están presentes en nuestra forma de convivencia cotidiana. La vulnerabilidad está presente en el ambiente, porque no se trata de las deudas de los jóvenes, es más. No es su incapacidad económica, es más. Tampoco es la falta de un buen empleo, es más. Es la sensación de estar construyendo bases sólidas sobre un banco de arena. No por nada Helen Petersen ha calificado a la generación que nació entre 1981 y 1996, los famosos Millenials, como una generación “desgastada”; caracterizada, entre otras cosas, por ser la primera generación con condiciones laborales y económicas peores que sus padres.(4) ¿A qué costo?, lo estamos descubriendo.

Una primera reacción frente a un sistema educativo caracterizado por su exclusión es gastar más, lo cual nunca estorba, pero ¿es suficiente? A todas luces, no lo es.

En México las necesidades básicas de nuestras escuelas siguen siendo muchas, a pesar de que se invierte más en educación. Las autoridades parecen conscientes de ello. El artículo 25 de la Ley General de Educación comprometió un piso de inversión no menor al 8 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) y, si bien es cierto nunca se ha rebasado el 6 por ciento, el monto ha venido en aumento desde el año 2000, en que sólo se invertía 1.7 por ciento del PIB. Sin embargo, los resultados de los aprendizajes no mejoran y las necesidades básicas de las escuelas continúan.(5)

De acuerdo con el Censo de Escuelas, Maestros, Alumnos de Educación Básica y Especial (Cemabe) realizado en 2014, todavía existen en México 42 por ciento de escuelas sin drenaje, 11.21 por ciento sin baños y 9.68 por ciento sin luz; es muy probable que estos porcentajes se hayan agravado durante la pandemia, aunque también es verdad que la última cifra fidedigna a nivel nacional es de 2014. La ausencia de información ha sido una de las constantes durante los últimos años de pandemia.

¿Gastar más o gastar mejor? Los expertos coinciden en que esta opción no debe ser mutuamente excluyente. De hecho, ya durante el pasado México ha tenido grandes avances en la forma en que ejerce el gasto público en materia educativa. Tan sólo entre 2008 y 2014, la Auditoría Superior de la Federación (ASF) detectó desvíos por 141,645 mdp por el rubro de pago a comisionados; la misma autoridad señaló en su reporte de 2017 como un avance el disminuir hasta en un 95 por ciento este tipo de irregularidades detectadas.(6)

La imposibilidad de renovar el sueño de la escuela trasciende cada vez mayores fronteras, desde lo económico, lo social y lo psicológico. Incluso, en términos netamente educativos, hablar de educación en nuestras familias cada vez es más confuso. Mientras para una familia de ingresos bajos la educación es su mejor herencia, también es una moneda de transacción; hay que estudiar para trabajar, pero si en el camino encuentran trabajo, ¿para qué seguir estudiando? Para una familia de clase media, el título parece ser un mecanismo de integración social a sus círculos de convivencia. Ante tal diferenciación, ¿cómo utilizar la escuela como instrumento de combate a favor de condiciones más equitativas en términos de oportunidad?

Cada vez nos sale más caro no invertir lo suficiente y de manera más asertiva. Estamos en el punto los recursos deberían de ser “lo menos importante”. El costo social de no contar con una educación que trascienda la frontera de “la calidad del aprendizaje” es cada vez más cara. Ojalá solo costara dinero.

Que así sea.

1 RIOS, Viridiana, No es NORMAL. El juego oculto que alimenta la desigualdad mexicana y cómo cambiarlo, México, Grijalbo, 2021, p.96

2 RIOS, Viridiana, op. cit.

3 Después de realizar un análisis de 38 sectores en el país, Viridiana Ríos concluye que el bajo salario de los trabajadores mexicanos no está vinculado a su productividad, pues sólo en 4 sectores fueron menos productivos; Idem, pp. 94-95.

4 PETERSEN, Helen, Can´t Even. How Millenials became the Burnout Generation, New York, First Mariner Books, 2021, pp. 284.

5 FERNANDEZ, Marco y HERRERA, Laura Noemí, “El espejo presupuestal de la reforma educativa”, en GUEVARA, Gilberto (Coord.), La Regresión Educativa, México, Grijalbo, p. 253.

6 México Evalúa, La impunidad en la nómina magisterial. Uso y abuso del Fondo para Nómina Educativa y Gasto Operativo, en https://bit.ly/3Cdpu4P, 2019, p. 25