¿La marcha del silencio?
El pasado sábado se llevaron a cabo manifestaciones en todo el País para exigir el fin de la violencia. Concurrieron los jóvenes articulados en torno a la Generación Z, los michoacanos indignados por el asesinato del Alcalde Manzo y diversos grupos de la sociedad civil, además de ciudadanos molestos por la escalada de inseguridad.
Frente a ello, desde antes de la marcha, la Presidenta ensayó diversas narrativas para descalificar la marcha: que en realidad no había jóvenes, sino bots; que había franca conspiración y financiamiento externo, o sea que los jóvenes eran manipulables; que los verdaderos animadores de la marcha eran los opositores de siempre.
En fin, una narrativa particularmente errática que siempre lo que trató de hacer fue descalificar a los emisarios sin atender o escuchar el mensaje. El asunto era muy simple: los jóvenes (por cierto, antipartidos) molestos por la inseguridad y la cercanía del narco con el Gobierno, concurrieron con la indignación de muchos sectores de la sociedad por el asesinato de Carlos Manzo. Ese fue siempre el mensaje: alto a la violencia y la inseguridad. Narcoestado fue la síntesis.
Pero desde antes de la marcha, y posterior a ella, el esfuerzo gubernamental ha sido la descalificación, invisibilizar a los jóvenes y al movimiento del sombrero, endosarles la violencia a los marchistas y no a los grupos de choque, en fin, distorsionar la realidad. No hubo manipulación, hubo indignación legítima, ojalá se atienda.
Un problema es que, en el desaseo del operativo y las provocaciones, se han apresado a jóvenes que lejos de pertenecer a los grupos de choque que cada tanto hacen su aparición, estaban simplemente protestando, y hacen revivir una añeja y dolorosa consigna para la izquierda: presos políticos, libertad.
Y es que para el oficialismo no puede haber ningún reclamo, señalamiento o protesta en contra de ellos que sea legítima. Desde el ejercicio impoluto del poder, desde la superioridad que da encarnar el mandato del pueblo, el error o la equivocación no se conocen.
He ahí un peligrosísimo resorte autoritario que el oficialismo no ha logrado desmontar. Su prioridad es ganar la narrativa, no solucionar los problemas.
Ojalá esta no haya sido otra marcha silenciada.
En 1968, Gustavo Díaz Ordaz nunca escuchó el mensaje, siempre descalificó al mensajero. Eso no fue un torneo de narrativas, es historia.