La mexicanidad
y ser mexicano

Noroeste/Redacción
02 julio 2022

Estas ocho letras son insuficientes para referir la pasión que envuelve a la cultura que yace entre el verde, blanco y rojo, pues la personificación de la cultura mexicana no radica en los estereotipos, sino en el ser mexicano

Mexicano. Una palabra, ocho letras que, por definición, se refieren al nacional de una tierra puente entre Norteamérica y Centroamérica. No obstante, estas ocho letras son insuficientes para referir la pasión que envuelve a la cultura que yace entre el verde, blanco y rojo, pues la personificación de la cultura mexicana no radica en los estereotipos, sino en el ser mexicano.

No hay nada más mexicano que el propio mexicano. Digamos que la cultura mexicanizante es producto de la ideología del mexicano. Ahora bien, al hablar de lo mexicano, es inherente hablar del conjunto social e individual que forman y arraigan los matices de la cultura misma.

Como Abraham Moles afirma, la mexicanidad es la alternativa positiva al nacionalismo tradicional. Tiene un contenido rico y sin exclusiones o reglamentaciones. Propone un estilo de vida como factor de integración más potente que la nación, un concepto ya connotado negativamente en muchos países y en la juventud.

Hay que enfatizar el adjetivo “positiva” dentro de la afirmación previa, pues Carlos Monsiváis definió el término ‘identidad nacional’ como impreciso por esa enorme mutabilidad que varía según funcione en barrios o vecindades o colonias residenciales o condominios o unidades habitacionales de burócratas o colonias populares o ciudades perdidas o rancherías o poblados indígenas o zonas fronterizas o... Usted entiende.

Por esta razón, Basave propone la división de la mexicanidad en las tradiciones que el hogar y las culturas regionales preservan como pueden, y las tradiciones que el comercialismo inventa. Y dentro de esta división tripartita se implica el dinamismo, la autoposesión y la autoplasticidad.

La mexicanidad como supuesto social deriva arquetipos para los individuos envueltos en la cultura, sin importar si habitan o no en el país. La palabra arquetipo, en latín, arjetipos, se deriva del sustantivo “arjé”, que significa “origen” y de tipos”, que es equivalente a “modelos”. Es por esto que para referir a los modelos que se originan de la mexicanidad es fundamental exponer las ideologías que los sustentan. La filosofía mexicana es denominada “mexicana” por ser el producto de una comprensión de la vida situada, pero no exclusiva.

La situación del filosofar se refiere a la circunstancia concreta, a nuestra realidad mexicana. Al partir de esta apreciación de la realidad mexicana con y por la conciencia de esta se produce la “filosofía mexicana”. La diferencia radica en la realidad de la cultura, no en la nacionalidad del pensador. Esto permite a pensadores extranjeros ser parte de la filosofía mexicana y a su vez excluye a nativos de la corriente por el principio ajeno a la realidad mexicana de sus ideologías.

El antropólogo, Victor Muñoz Rosales, afirma que la filosofía mexicana requiere de historiar sus propias tradiciones para fortalecerse. A partir de sus productos podemos pensar el presente y así, no se reduce a pura historia de las ideas.

“Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro y máscara la sonrisa”, escribió Octavio Paz en El laberinto de la soledad (1950). Poeta, ensayista y diplomático mexicano, ganador del premio Nobel de Literatura en 1990, Paz dedicó gran parte de su obra a la comprensión de la filosofía del mexicano.

De esta forma, a lo largo de carrera, Paz comprendió que “el mexicano no quiere ser ni indio, ni español. Tampoco quiere descender de ellos. Los niega. Y no se afirma en tanto que mestizo, sino como abstracción: es un hombre. Se vuelve hijo de la nada. Él empieza en sí mismo”. En El laberinto de la soledad, Paz explica lúcidamente la raíz del fenómeno arquetípico del mexicano: el machismo.

Para comprender sin justificar el machismo del mexicano, se debe mirar varios siglos atrás, remontándonos así a la Conquista. De esta forma, entenderemos la procedencia del mexicano: “somos hijos de indígenas violadas por españoles, por tanto, buscamos negar este acto que propició el origen del mexicano y mostró la debilidad de nuestra estirpe, sobre dimensionando nuestra virilidad”.

Es por esto que el machismo es la forma ideológica social del hombre mexicano para continuar con esta sobre dimensionalidad de la virilidad, funcionando de esta forma como un mecanismo de defensa ante la vulnerabilidad de identidad que los efectos de la conquista marcaron.

Octavio Paz proponía en su influyente libro de hace más de 70 años dos arquetipos para analizar al mexicano, el macho y el pachuco. “El macho es un ser hermético, encerrado en sí mismo, capaz de guardarse y guardar lo que se le confía. La hombría se mide por la invulnerabilidad ante las armas enemigas o ante los impactos del mundo exterior. Mientras que los ‘pachucos’ son bandas de jóvenes, generalmente de origen mexicano, que viven en las ciudades del sur (de Estados Unidos) y que se singularizan tanto por su vestimenta como por su conducta y su lenguaje [...] Pero los ‘pachucos’ no reivindican su raza ni la nacionalidad de sus antepasados [...] no quiere volver a su origen mexicano; tampoco [...] desea fundirse en la vida norteamericana. Este grupo social parece negar tanto su origen como la posibilidad de ser adoptado por una nueva tierra. Se encuentra en una línea divisoria personal y geográfica, adoptando posturas que se contraponen entre sí por su naturaleza misma y dando origen a un sincretismo cultural que toma forma de pachuco”.

En contraste, el pelado, el mexicano de ciudad y el burgués mexicano son los tres arquetipos propuestos por el filósofo Samuel Ramos. Estos modelos han sido enriquecidos por el tiempo pues el mismo filósofo afirmaba que “la historia es el proceso viviente en que el pasado se transforma en un presente siempre nuevo”. Presente nuevo que ha forzado al mexicano a adaptarse a la modernidad urbana, opcional pero necesaria para lo que consideran una mejor forma de vida, resignificando constantemente los arquetipos propuestos, volviéndose atemporales.

El pelado es el mexicano que tiende a imitar otra forma de vida, con el fin de aparentar superioridad dentro del grupo que le rodea. “El pelado pertenece a una fauna social de categoría ínfima y representa el desecho humano de la gran ciudad. En la jerarquía económica es menos que un proletario y en la intelectual un primitivo” (Ramos). La referencia conocido sustantivo “pelado” demuestra la manera despectiva en que se le ha encasillado y envilecido. El pelado —menciona Ramos— demuestra su virilidad mediante un machismo irremediable, como un individuo que se pitorrea por la vida queriendo ser el “padre” de amigos y enemigos, en el afán de demostrar hombría y poderío.

El mexicano de la ciudad es descrito por Ramos como el individuo netamente desconfiado, sin creencias, pesimista, absorto por un modo de vida citadino donde el tiempo juega el papel de antagonista que le obliga a vivir al día. Clase trabajadora y proletaria, sin ideales...No se desgasta en idealismos, vive apurado para sí, sentencia Ramos.

El burgués mexicano es considerado por Ramos como el más inteligente de los tres tipos de mexicano. El burgués pertenece a la clase social acomodada, se enmarca con cierto refinamiento, viste bien, es nacionalista y exagerado. Recurre a la frase “pareces pelado” como método ofensivo entre su grupo. Imitador de las modas europeas, que difícilmente se asemejan a nuestra realidad mexicana.

La pregunta queda en el aire: ¿cuáles de estos arquetipos descritos por Paz y Ramos sobreviven en la actualidad? ¿Cuáles han desaparecido? ¿En que se han transformado?

Lo cierto es que el mexicano nace dentro de una cultura que se arraiga y adapta al individuo, que se resignifica. De esta manera, contribuye a la realidad mexicana que es principio de la filosofía mexicana, derivante y derivada de los arquetipos del mexicano que a su vez son signo intangible pero presente de su propia realidad.

*Estudiante del Tec de Monterrey