La pandemia volvió más peligroso llevar cerveza que perico en Culiacán

José Abraham Sanz
26 junio 2021

Apenas subí al auto y Adolfo ya me cuenta cómo le ha ido en la noche.

El spark negro da vuelta a la derecha y se sumerge en una oscuridad que sólo parte con sus faros dentro de ese tramo de calle en el sur de Culiacán.

Son tiempos difíciles. La pandemia por el virus Covid-19 en Sinaloa ya había cobrado más de 200 muertos, la gran mayoría de Culiacán, y los infectados activos ya sumaban 615, también la gran mayoría de la capital, con 371.

Es mayo de 2020. Adolfo debe tener unos 40 años de edad. Actúa y habla como chavalo, con no más formalidad que decir a veces “usted”, pero con el léxico desparpajado de un morro culichi vago.

No necesité preguntarle cómo ha ido la noche a la raza del Bolt, o la semana o el mes.

“Aquí el que no gana es por huevón, porque hay un chingo de jale, compa”, me dice.

Luego me habla de lo que teme: a la policía, a los soldados en la calle.

“Andan como perros”, reniega.

Luego me habla de lo que cree que es mentira, que el gobierno exagera números por la pandemia, pero no sabe explicarme bien por qué ni para qué, sólo le da mala espina.

Lo que sí es que este Día de las Madres está muy cabrón, muy diferente.

Mientras conduce, nos llama la atención que a esta hora de la madrugada los puestos de venta de flores, en las inmediaciones del Mercado Gómez Campaña, al sur de Culiacán, estén abiertos.

Las luces prendidas, las cartulinas fluorescentes con el “servicio a domicilio” manuscrito con un plumón de punta gruesa, y algunos arreglos parecen asomarse.

El “servicio a domicilio” es un acuerdo que los comerciantes hicieron con las autoridades para seguir vendiendo en pandemia, porque había que evitar la propagación del virus al principio y no se podían hacer conglomeraciones ni estar hechos bola en un solo negocio.

“Estos venden porque venden, compa”, dice como preámbulo para contar una breve historia.

“Yo supe que un vato vino a querer comprar flores en el local a huevo, y se hizo un desmadre. Al final le vendieron, tuvo que dar una feria, se llevó un chingo de flores”, dice.

Un detonante para que el Ayuntamiento tomara cartas en el asunto es que durante la jornada del Día del Niño cientos de personas publicaron en redes sociales videos de filas largas o conglomeraciones en las pastelerías y pizzerías de Culiacán. Por eso, los comercios de vendimia, como los restaurantes, sólo podían ofrecer servicio a domicilio o para llevar con atención en el auto, sin dejar entrar a personas en los locales. La idea era que los contagios fueran bajando.

Con la ventana abierta, el aire fresco de la madrugada y la seguridad de que pronto estaré en casa para descansar, pongo la canción Go all the way de los Raspberries en mi celular para alegrarme la marcha.

“Andan bien perros los polis”, insiste Adolfo y me obliga a bajarle a mi celular que ya tocaba la canción Bus stop, de The Hollies.

“Una vez me querían desarmar el carro, porque traía cerveza y a huevo querían que les diera la cerveza y dinero”, explica.

“A mí una vez me quitaron 500 pesos”, le cuento, “porque para mi mala suerte me crucé un rojo en la madrugada el crucero de la Ley del Valle, y el único carro que venía atrás de mí resultó ser una patrulla”.

“Le dije que me regresara 200 bolas para los cigarros, pero el policía se ofendió, me salió con que era del tamaño del favor y yo traía nada más seis billetes de 500, y pues se los tuve que dar”.

“Yo no andaba pedo, me había tomado como cuatro botes nada más, no me gusta trabajar y tomar, pero a veces se antoja”, admite.

“¿Pero fue ahora en medio de esta madre, de la cuarentena y la ley seca?”, le pregunto.

“Sí, fue hace como dos semanas. Me detuvieron y se aferraron, me esculcaron todo, no te digo que casi me desarman el carro”, recuerda.

Al llegar al Parque Ernesto Millán Escalante, Adolfo da vuelta a la derecha y comienza el ascenso por la prolongación Álvaro Obregón. La vista de Culiacán en esta zona es la mejor y lo negruzco del cielo ya parece ceder a la claridad que traen consigo las cinco de la mañana.

“Lo bueno es que, pues yo ya sabía, había guardado una pelota de perico en un clavo que tengo. Cuando me estaban esculque y esculque, sí me pasó por la cabeza que me iban a detener y a tablear”, admite.

“Pero, ¿era tuyo?”, le pregunto.

“No, era un encargo, de un compa que es mi cliente”, revela.

“Pues yo traía 800 bolas y me los querían quitar. El poli me decía ‘uy, con eso no te alcanza’, y yo me aferré, ‘hey, pero por qué’, que según porque venía ingiriendo bebidas alcohólicas, pero los botes venían cerrados”, detalla.

“Ah, ¿y por qué no te dejaban ir?”, cuestiono.

“Te digo que andan bien perros”, exclama.

“Luego ya les canté la neta, les dije que estaba trabajando y que no les iba a dar más de 400 pesos, porque los necesitaba”.

“Ah, ¿y de todos modos te chingaron?”, le pregunto.

“Si, pero el patrón, el cliente, ese me los devolvió”, revela.

“Me preguntó que si por qué me había tardado tanto y le conté la neta, me dio los 400 y me pagó 500 bolas”.

La charla bajó de intensidad cuando le comencé a preguntar cosas técnicas sobre su rutina, interesado por la diferencia que había antes y durante la pandemia.

Y supimos de las diferencias por la ley seca, por los vivos de los aguajes que andaban dando el 24 de botes Tecate rojo o light en hasta mil pesos, los que alcanzaron a comprar en línea por Mercado Libre o Amazon o ya de plano quien tenía una cava y tuvo que sacar las botellas para hacerle el favor a los desesperados alcohólicos durante esos días difíciles.

“¿Y cuanto cobras por los mandados?”, le cuestiono.

“Depende, depende del tiempo y del encargo”, explica Adolfo.

“Pues, ¿por eso que le llevaste al compa, el perico?”, insisto.

“Pues mínimo como 300 bolas, más lo que sale esa madre”, asegura.

Adolfo se acomoda el cubrebocas, cada que habla hace contacto visual por el retrovisor. Se escucha sincero y dura unos minutos en evidente reflexión.

“Por el riesgo, pues. El pedo es para nosotros...”, dice en voz baja.

Le doy play en mi celular para seguir escuchando Bus stop, que la tenía pausada por la plática.

“Aunque te voy a decir una cosa”, le pauso otra vez al reproductor en el celular.

“Ahorita es más peligroso llevar cerveza que perico... porque estos putos te quitan la cerveza y todo lo que traes. De perdida para el perico ya tengo un clavo”, dice con cierto alivio.