La película es protagonizada por Danae Reynaud y dirigida por Rafael Montero
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Empecé a ver a Danae Reynaud en algunos cortos estudiantiles de inicios de la década (Porcelana/García/2013, por ejemplo) y, la verdad, era difícil no fijarse en ella. Su seguridad frente a la cámara y su aplomo al encarnar a sus personajes eran más que evidentes, por más que ella no fuera la protagonista. Esto quedó aún más claro en Club Sándwich (Eimbcke, 2013), el primer largometraje en el que interpretó un personaje importante: la plantosa jovencita que hace el primer boquete en la relación de la madre soltera Maria Renée Prudencio y su hijo adolescente Lucio Giménez Cacho.
De hecho, la razón por la que tenía muchas ganas de ver #LadyRancho (México, 2019) no era porque se trata del más reciente largometraje del prolífico y veterano Rafael sino porque estamos ante el primer filme protagonizado por la señorita Reynaud.
Danae es Camila Pérez-Mayer, la hija única y malcriada de una pareja de ricachones (Juan Carlos Colombo y Azela Robinson) que, se sobrentiende, tuvieron muchas dificultades para tener a su hija, a tal grado que desde que nació la han consentido tanto que la han convertido en un monstruo de frivolidad, indolencia y con un lenguaje menos que precario (“o sea”, “equis”, “mil”). La crisis estalla cuando una noche, ella y su amiguis Andy (Constanza Andrade), borrachísimas, son detenidas por unos policías por no pagar los varios hot-dogs que se habían zampado. Como es común en estos días, el oso-mil-wey de Camila es grabado en un celular y luego compartido, urbi et orbi, a todas las redes sociales. Ha nacido otra más de las rémoras sociales de nuestros días: la ebria y escandalosa #LadyJocho.
Para darle una lección, sus papás la llevan el fin de semana a una fiesta en el rancho de la familia y la dejan ahí para que se pase todas las vacaciones trabajando so pena de no comer si no lo hace. La malcriada muchacha está supervisada por el joven ranchero Juan (Hoze Meléndez, siempre bienvenido) y el anciano Don Eulalio (Jorge Victoria), que resulta que fue un viejo amigo de su abuelo, quien alguna tuvo el sueño de crear una marca de mezcal.
La fórmula de la comedia es clásica: se trata del pez fuera del agua, con un añadido que proviene de la época de oro del cine nacional, pues Camila encontrará la madurez personal y hasta el sentido mismo de su vida, alejándose de la maléfica ciudad y trabajando duramente en el campo, de la misma forma que, por ejemplo, hace casi 80 años pasaba lo mismo con la pícara familia de vividores encabezada por Fernando Soler en Al son de la marimba (Bustillo Oro, 1940), cuando todos ellos eran obligados a trabajar de sol a sol en una hacienda chiapaneca para ganarse, por primera vez, el pan con el sudor de su frente.
La historia es previsible a leguas y Montero, por desgracia, no ayuda mucho con su realización apenas funcional, especialmente en la segunda parte, cuando el didactismo del guion se vuelve demasiado pesado. Es algo lamentable, porque el argumento escrito por la guionista debutante Mineko Mori no carece de ciertos capciosos apuntes sociales: en una breve discusión con una prima dizque “guerrillera”, Camila le reprocha a su pariente progresista que de seguro votó por el “Peje”, y cuando la malcriada jovencita se queda sola en el rancho, su primera idea es que la amable muchacha con la que comparte el dormitorio (Renata Vaca) es su “chacha” y no su compañera de trabajo. En otro momento, Camila se asusta cuando no siente que los empleados del rancho se acercan a ella (“parecen fantasmas”), cual si de repente estuviéramos en alguna derivación mexicana de la obra maestra de Lucrecia Martel (La mujer sin cabeza/Martel/2008).
Lo mejor de la película es, por supuesto, Danae Reynaud, especialmente en la primera parte del filme, en su insoportable papel de la malcriada Camila Pérez-Mayer. Reynaud captura de manera precisa los tics de su personaje: la forma de hablar, de caminar, de mirar, hasta la entonación de su mínimo vocabulario. La vis cómica de la joven actriz merecía una mejor cinta, pero, por lo menos, le han dado oportunidad para demostrar de lo que es capaz. Ya es ganancia.