La profecía de la ilusión

Rodolfo Díaz Fonseca
14 octubre 2022

La ilusión ha tenido muy mala cartelera, se le considera como algo totalmente imaginado y carente de realidad, algo semejante a una total alucinación. Es cierto que hay trastornos de ilusión, como asentó Enrique Rojas en su libro La ilusión de vivir, donde distingue entre ilusiones por inatención, ilusiones afectivas o determinadas por la fantasía.

Sin embargo, no conviene desprestigiar la ilusión a priori, pues como él mismo dice, se trata de un ánimo entusiasta y optimista que se proyecta hacia el futuro, que siempre tiene afanes, esperanzas y retos por alcanzar: “La ilusión empuja, arrastra, tira, fascina por su contenido y pone en marcha la motivación. Es como sentirse hipnotizado ante aquello que queremos conseguir”.

De acuerdo con su etimología, iludere (sabemos que ludus es juego) significa divertirse, hacer bromas. Posteriormente, el diccionario admitió ya la palabra ilusión como engaño. Empero, como subrayó Rojas, en 1967 se tiñó el concepto de esperanza y, en 1982, el diccionario de la RAE señaló: “Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo. Viva complacencia en una persona, cosa, tarea, etc”.

Recordó que el filósofo Julián Marías también escribió una obra titulada Breve tratado de la ilusión, donde la sitúa como el ingrediente que alienta toda vocación y proyecta la trayectoria personal. Sin ilusión no estaríamos vivos ni atisbaríamos con esperanza el porvenir.

Sin embargo, como apuntó Pedro Ortega Campos, en su libro Notas para una filosofía de la ilusión, estamos hoy inmersos en una cultura de medios de comunicación y redes sociales que nos bombardean con alarmas de guerra nuclear, contaminación sin límites y otras malas noticias que nos golpean emocionalmente generando una gran ola de depresión. Por eso, reconfirmó, la ilusión no es autoengaño, sino que proporciona depuración, estímulo, profecía y orientación.

¿Mantengo viva la ilusión?