La senda del desierto

Rodolfo Díaz Fonseca
15 agosto 2018

""

rfonseca@noroeste.com
@rodolfodiazf
 
 
 
El ser humano se realiza completamente en la medida que se entrega y se dona, en la medida que forma comunidad. Jesús dijo que la prueba fehaciente de su presencia estribaba en la reunión de dos o tres: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20).
 
Lo paradójico es que para formar comunidad, el hombre debe encontrarse en la soledad. Para amar a otra persona, primeramente debe conocerse y amarse a sí mismo. El camino al edén inicia en la senda del desierto.
 
El desierto es el lugar ideal para encontrar la verdadera identidad. El mundo social es ficticio y se alimenta de falsas necesidades. No importa quién sea uno en realidad, lo que interesa es que porte los disfraces, máscaras y antifaces que se acostumbran en las caricaturescas convivencias.
 
Para ir al desierto no es necesario trasladarse al Sahara o a algún otro lugar inhóspito, basta con retirarse dentro de sí. No es un aislamiento egocéntrico, sino un profundo clavado en la interioridad para despojarse de todos los clichés y falsas seguridades. Quienes se retiran al desierto -dijo Thomas Merton- no van a perfeccionar su inteligencia analítica, sino a purificar sus corazones.
 
Muchas personas, añadió, pueden experimentar tranquilidad porque se mortificaron, hicieron oración, predicaron sermones, leyeron libros de meditación y practicaron innumerables devociones.
 
Sin embargo, no basta con esto. “No es que todas estas actividades no sean buenas en sí mismas; pero hay, en la vida de una persona, momentos en que pueden convertirse en una huida, un calmante, un refugio contra la responsabilidad de sufrir en las tinieblas, la oscuridad y la impotencia, y de permitir a Dios que nos despoje de nuestro falso yo”, explicó.
 

 

¿Recorro la senda del desierto?