Las aspiraciones en nuestra democracia
La democracia entendida como sistema de gobierno y forma de vida en sociedad ha sido la idea o el ideal de mayor aceptación en los últimos setenta años, con todo y sus diversos conceptos que la interpretan en la teoría y práctica, después de la primera mitad de Siglo 20, habiendo enfrentado el colonialismo, las dictaduras fascistas y las del bloque socialista durante la Guerra Fría; la democracia ha ido creciendo en la gran mayoría de los países.
Para el editor de la revista The Democracy Index, Joan Hoey, en una investigación realizada en 2020, en el mundo existen 113 países considerados democráticos partiendo de la presencia y análisis de procesos electorales y pluralismo, libertades civiles, funcionamiento de gobierno, participación política y cultura política. De acuerdo a estos elementos se catalogan como regímenes híbridos, democracias frágiles o democracias totales.
Para darnos una idea de esta clasificación, se pone como ejemplo a los países Senegal y Argelia con regímenes híbridos, con democracias débiles a El Salvador, Tailandia, incluyendo a México y Estados Unidos, y como democracias totales a Noruega, Canadá, Chile, Uruguay, entre otros.
Como podemos darnos cuenta, para ser un país democrático no basta con celebrar procesos electorales y ser plurales, se requieren además de libertades civiles garantizadas por un Estado de derecho; el funcionamiento de un gobierno que se expresa en la capacidad de atención de sus instituciones; en la participación política individual o colectiva que incida en los asuntos públicos; y en los niveles de cultura política que comprenden valores, creencias y pautas de conducta relevantes para el proceso democrático que prevalecen entre individuos y grupos de la sociedad.
Para el historiador inglés, David Van Reybrouck, con la democracia ocurre algo curioso: todo mundo la desea, pero no hay nadie que crea en ella. Es lamentable, nos dice, constatar que, tras entrar en contacto con la democracia, los ciudadanos aprenden que su aplicación práctica a menudo no se corresponde con la visión idealizada de ella, sobre todo cuando el proceso de democratización conlleva violencia, corrupción y declive económico.
Sobre esta especie de desilusión y desconfianza, Van Reybrouck en su libro “Contra las elecciones, cómo salvar la democracia”, contrasta que a menudo, para explicar el aumento del recelo ciudadano se menciona a la apatía. Que al parecer son el individualismo y el consumismo quienes han socavado el compromiso crítico de la ciudadanía y que su fe en la democracia se ha convertido en indiferencia y que rehúye incluso a los temas políticos:
“Se dice entonces que el ciudadano se desconecta de la política. Sin embargo, tal cosa no concuerda en lo absoluto con los hechos. Es cierto que hay mucha gente que se interesa muy poco por la política, pero esa parte de la población siempre ha existido. No se puede hablar de una reciente disminución del interés por la política. De hecho, un estudio demuestra precisamente que el interés por ella es mayor que nunca: en la actualidad se habla más que antes de política con los amigos, la familia y los compañeros de trabajo”.
Ciertamente el interés por la política ha ido creciendo, pero casi al mismo tiempo también la desconfianza en los políticos. Esta es sin duda, parte de la historia de la democracia en México: confiamos en la democracia, pero desconfiamos en quienes la representan.
Así hemos transitado por una experiencia permanente que va de lo electoral al ejercicio del gobierno, entre firmes aspiraciones ciudadanas y aspiraciones frustradas en los hechos. Una democracia que se concibe más en lo electoral y muy poco como forma vida y de gobierno.
Por ejemplo, en el actual proceso electoral las aspiraciones democráticas de la mayoría ciudadana se frustran al ser avasalladas por actores políticos que entienden por democracia, una interminable competencia por derrotar al otro, por desear el fracaso del otro, por ganarle a los otros. Sin considerar que la democracia lleva siglos intentando ser el instrumento de los acuerdos en sociedades como la nuestra, que lleva más de cien años lidiando con los mismos problemas sociales, derivados de conflictos e intereses de quienes en su afán de codicia y mezquindad, han demeritado las aspiraciones ciudadanas desde el poder político y económico.
Por ello, para estas elecciones saber elegir se ha vuelto requisito indispensable para la democracia, es cierto, pero también lo es recobrar el deteriorado Estado de derecho, garantizar la eficiencia de las instituciones de los distintos poderes y órdenes de gobierno, incluirnos en las filas de la participación ciudadana y cultivar nuestra cultura política.
El valor de la democracia no reside en la competencia, sino en la capacidad de diálogo y consenso, no necesitamos competir, se necesita acordar, participar en un mismo proyecto con quien resulte electo este 6 de junio. Re-direccionar nuestra democracia para que centre sus aspiraciones en la ciudadanía, no en los políticos, una democracia que dé prioridad a lo humano, más que a lo económico. Este es el camino de las llamadas democracias totales.
Hasta aquí mi reflexiones, lo espero en este espacio el próximo martes.