Las otras víctimas de la narcoguerra
El daño colateral a familias pacíficas
A las víctimas desatendidas en Sinaloa durante la actual crisis de la seguridad pública por la guerra entre facciones del narcotráfico le debe corresponder ya la intervención resuelta de los gobiernos estatal y municipales, anticipándose a las consecuencias que ya están aquí, pero apenas muestran los avisos a tiempo de la complicada situación social que se avecina. Las calles, escuelas, hogares y centros de trabajo proceden a develar la emergencia que se manifestará con crudeza una vez que cese el fuego de las armas de la delincuencia y de la fuerza pública oficial.
Pocos sinaloenses, casi ninguno, puede decirse a salvo de las diferentes maneras de devastación criminal. Martín es un niño que se vio obligado a aprender a elaborar empanadas, antes que continuar cursando la educación secundaria, para salir a diario a venderlas y dejar de ser sufriente pasivo de la pobreza súbita que se instaló en su casa. Entre la ráfaga cruzada en su colonia tuvo que decidir entre el miedo o el hambre.
Cuando se habla de construcción de paz nadie se refiere a la pacificación de los estados de ánimo que angustian y enferman de ansiedad al primer núcleo de la sociedad que son las familias. Ninguna dependencia, institución de seguridad, cuerpo académico o instancia cívica realiza el imprescindible estudio sobre el impacto de la narcoguerra en esa médula primaria del tejido social y por lo tanto el desconocimiento del fenómeno impide atenderlo en su exacta magnitud.
Tampoco es posible conocer datos precisos respecto a las pérdidas económicas, menoscabo de la calidad educativa, alteración de formas de vida y sentimientos de frustración y desamparo en la gente de bien. Cuando sepamos la realidad y la enfrentemos sabremos también de las otras pérdidas que deja el choque inhumano entre las facciones de los hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán y los de Ismael “El Mayo” Zambada, en el Cártel de Sinaloa.
Lo que sí es posible afirmar es que el paradigma del bienestar dio un giro brusco en Sinaloa hacia el infortunio. La tranquilidad acabó en ciudades como Culiacán, Mazatlán y Los Mochis o comunidades sin distingos en el territorio estatal y el catálogo de afectaciones desbordó más allá de los muertos, heridos y desaparecidos, añadiendo a segmentos invisibilizados a los cuales la delincuencia les abatió los medios de subsistencia. Allí andan las mujeres con sus pregones en el malecón y centro de la Perla del Pacífico saliendo al quite para resistir en medio de la desesperación por el salario que ya no llega.
¿Y qué está haciendo el Gobierno? En algunos casos los inspectores de recaudación realizan absurdas persecuciones para que los vendedores paguen derechos de piso al instalarse en la vía pública, a otros la Secretaría de Economía les entrega 5 mil pesos por una sola ocasión, que no cubren ni el sustento familiar de la una semana, y a veces llega la despensa de programas asistencialistas que resuelven un día y no una crisis.
Los políticos no han aprendido a deletrear las señales que el entorno les muestra, observación fundamental para estructurar las soluciones no de mitigación sino de atención profunda. Lo más a la vista es el colapso de economías familiares que acuden a la vía pública con sus vendimias, a los cruceros para la mendicidad, y el emprendimiento súbito que ocupa a niños y amas de casa porque el proveedor del sustento se quedó sin trabajo.
Frente a lo que viene urge la implementación de la gran estrategia para evitar los daños que la devastación económica y la percepción de inseguridad están dejando en los ámbitos familiares con pérdidas violentas de vidas humanas, el deterioro del aprendizaje escolar en ambientes de guerra, la epidemia generalizada de salud mental por enfermedades psicológicas y trastornos siquiátricos, la depresión que causa perder fuentes de trabajo por cierre de empresas, el trauma de sentirse encañonado por armas de grueso calibre durante el despojo de automóviles. La angustia, toda, de no saber cuánto durará esto.
Hoy es el momento de reinventar la atención a las víctimas para nunca más dejarlas a merced de los delincuentes. Entender que la paz no podemos pedírsela a los sicarios y sus jefes; debemos lograrla desde la preocupación y ocupación en atender esos eslabones más débiles y desde allí reparar la cadena social violentada en su totalidad. Exigir que el Gobierno no sólo vea los reportes letales y aprenda a leer los otros partes de guerra donde los sobrevivientes también necesitan ser rescatados.
En los otros campos de batalla,
Luchan familias que nadie nota,
Dispuestas a morir en la raya,
Antes que aceptar la derrota.
El frecuente aseguramiento de artefactos explosivos por parte de las Bases de Operaciones Interinstitucionales, así como el accidente que sufrió en Concordia un brigadista al explotar uno de estos artilugios de guerra mientras trataba de sofocar un incendio forestal, da lugar a la pregunta de si los campos minados será otra de las secuelas que dejará en Sinaloa el choque entre grupos del narcotráfico. Sin conocer la respuesta, estremece la certeza de que es prácticamente imposible limpiar el suelo de estas bombas diseminadas en montañas y valle, quién sabe dónde y quién sabe cuántas.