Las siete tentaciones
05 mayo 2018
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Joel Díaz Fonseca
El 29 de abril del año pasado, al concluir su viaje a Egipto, el Papa Francisco habló ante sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas en el Seminario Al-Maadi, con quienes reflexionó sobre “siete de las tentaciones que todo consagrado debe vencer”.
Todo ser humano, creyente o no creyente, enfrenta esas siete tentaciones a lo largo de su vida, y son realmente pocas las personas que logran superarlas, por eso nuestras comunidades sufren tantas carencias y tienen tantos problemas.
La primera de las tentaciones a que hizo referencia el Pontífice es la de “dejarse arrastrar y no guiar”.
Con bastante frecuencia nos dejamos dominar por la desilusión y el pesimismo ante las dificultades que enfrentamos en nuestras tareas cotidianas, y nos vemos tentados a “tirar la toalla”.
“No dejarse arrastrar por la desilusión y el pesimismo”, y “transformar cada obstáculo en una oportunidad, y no cada dificultad en una excusa”, es la recomendación del Papa.
La siguiente tentación es la de quejarse continuamente. Los gobiernos paternalistas que hemos padecido durante muchas décadas encontraron la forma de mantener sometidas a las masas, ‘las acostumbraron a pedir’, en lugar de a aportar algo a la sociedad.
Acostumbrados a recibirlo todo sin dar nada a cambio, no es raro, entonces, que lo que se oye constantemente sean quejas en lugar de propuestas para salir de las crisis recurrentes.
El Pontífice habló también de la tentación de ser presas fáciles de la murmuración y de la envidia, que es, según advirtió, “un cáncer que destruye en poco tiempo cualquier organismo”.
La cuarta de estas siete tentaciones es la de compararse con los demás. Por supuesto que compararse con otros no es malo si lleva como propósito la búsqueda de ser cada día mejores.
Por eso el Papa Francisco hizo esta precisión: “Compararnos con los que están mejor nos lleva con frecuencia a caer en el resentimiento; compararnos con los que están peor, nos lleva, a menudo, a caer en la soberbia y en la pereza”.
El compararnos con nuestros semejantes no debe llevarnos a la frustración, al resentimiento ni al conformismo, sino a ser mejores padres y mejores ciudadanos.
La quinta tentación es caer en lo que el Papa llama el “faraonismo”, que es “endurecer el corazón y cerrarlo al Señor y a los demás”. No es solamente el ceder a la tentación de vivir rodeados de lujos, sino cerrar los oídos para no atender los llamados de ayuda de nuestros semejantes, como el faraón egipcio, que se negó a escuchar el llamado de Moisés para que liberara a su pueblo de la esclavitud.
Existe otra tentación tanto o más peligrosa que las anteriores, que es la del individualismo: “Lo que importa es resolver mis problemas, los problemas de los demás que ellos los resuelvan”, es la forma en que razonan muchísimas personas. La solidaridad es una virtud en vías de extinción.
Y la séptima tentación referida por el Papa es la del caminar sin rumbo y sin meta. Parece definir la historia de este país. Más desencuentros que encuentros, precisamente porque no tenemos ni idea de hacia dónde nos dirigimos, o más bien de hacia dónde nos llevan quienes nos gobiernan.
Estas siete tentaciones citadas por el Papa Francisco son, en pocas palabras, lo que ha frenado a nuestro país. La nuestra es una sociedad conformada mayoritariamente por individuos que se dejan arrastrar fácilmente por la corriente; que están continuamente quejándose de todo y por todo, sin mover un solo dedo para hacer que cambien las cosas; individuos dados a la murmuración y presa fácil de la envidia; buscando siempre la comparación con los demás, pero no para tratar de ser mejores, sino para hacerlos a un lado para ponerse en su sitio.
Somos, igualmente, una sociedad “faraónica”, que busca por un lado vivir con lujos a costa de lo que sea, y cierra los oídos para no escuchar los problemas de los otros ni los llamados a dar lo mejor de sí para el mejoramiento de la vida en común; una sociedad individualista, a la que no le importan los problemas de los otros, solo los propios; y, finalmente, una sociedad sin aspiraciones ni metas.
Somos sojuzgados y a la vez sojuzgadores. Permitimos que los gobernantes nos impongan toda clase de yugos, y actuamos a la vez como tiranos en nuestro trato con nuestros semejantes. Condenamos el maltrato que se da a nuestros connacionales en Estados Unidos y otras naciones, y no tenemos empacho en tratar con el pie a quienes la vida les ha dado muy pocas oportunidades.