Las virtudes del fracaso
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Todos tememos al fracaso. Esta palabra viene del latín vulgar y se adoptó rápidamente en italiano y francés. Deriva del verbo “frangere”, que significa quebrar, y es la raíz de muchas otras palabras, como naufragio (quiebra de una nave) y refractario (que resiste a la rotura).
Al fracasar quedamos expuestos al escrutinio de los demás, y es motivo de angustia. Sin embargo, como expresó Michael Eisner, quien fue Director Ejecutivo de The Walt Disney Company: “Suele ser más fácil recuperarse de un fracaso que formarse a partir de un éxito”.
Es cierto que no es tarea fácil asimilar los fracasos. El escritor escocés, Hugh Miller invitó a no considerarlos catástrofes o pérdidas totales, sino medios para reinventarse y triunfar: “los problemas son sólo oportunidades con espinas”.
Ahora bien, ¿será estrictamente necesario probar el fracaso para saborear el triunfo? ¿No se podrá arribar al éxito sin transitar por la ruta del fracaso? Los autores divergen sobre la respuesta, pero inclinan un poco la balanza hacia la ventaja de fracasar antes de triunfar, como hizo el filósofo y novelista francés, Charles Pépin, en su libro “Las virtudes del fracaso”.
Citando a Bachelard, Pépin insiste en la introducción del libro a definir al genio como aquel que hace “un psicoanálisis de sus errores iniciales”. Incluso, elenca una larga lista de personajes ilustres que fracasaron antes de triunfar, entre los que se encuentran Charles de Gaulle, Steve Jobs, Serge Gainsbourg, J. K. Rowling, Charles Darwin, Roger Federer, Winston Churchill y Thomas Edison.
En el primer capítulo presentó el ejemplo del tenista español Rafael Nadal, a sus 13 años, cuando lo derrotó Richard Gasquet: “el pequeño Mozart del tenis francés”. Empero, volvieron a enfrentarse catorce veces más, con la misma cantidad de triunfos que cosechó Nadal.
¿Asimilo mis fracasos?