León Felipe, Gabriela Mistral y los autores que se nos van
¿A dónde se fue don León Felipe? ¿Cómo vemos a Gabriel Mistral 80 años después de su Premio Nobel?
Por largos años, el hombre nacido en Tabara, España, fue un poeta leído, respetado y multicitado. Su poesía no necesariamente debía acabarse con la dictadura de Franco y la integración del exilio español, ya que contaba con momentos de fina transparencia y hondura lírica.
Llegó a ser criticado por Borges, a quien no le gustaban las alteraciones que incluía en sus traducciones a Walt Whitman, una de sus influencias. Por otro lado, quizá para mal suyo, fue citado en varias ocasiones por el entonces Presidente Díaz Ordaz, quien lo recibió en Palacio Nacional.
El nombre de su esposa, Bertha Gamboa de Camino, es familiar para los estudiosos de la Revolución Mexicana, ya que ella investigó y antologó las principales novelas sobre el tema.
La presencia de Leon Felipe en México abarca varias décadas. De nuestro País dijo “Aquí he gritado, he sufrido, he protestado, he blasfemado, me he llenado de asombro...”.
La estética ha cambiado mucho en 50 años, pero el olvido en que se le tiene es uno más de los misterios de la literatura. ¿Por qué la obra de no pocos escritores de valía a veces desaparece en el tiempo sin ninguna explicación plausible? Claro que los caminos del reconocimiento y la memoria no tienen cartografía confiable ni puntos de explicación coherente.
En el mundo de la narrativa en lengua inglesa hay casos como los Sherwood Anderson o Somerset Maugham que en su momento fueron leídos por las masas. Ian Fleming, creador de una saga tan ligada a la cultura popular y con decenas de secuelas fílmicas, reconoció que el personaje de James Bond se le ocurrió leyendo una novela de suspenso de Maugham.
Quizás el olvido de Maugham radica en que no dejó hijos que siguieran cuidando su legado. Hay autores sin familia cuya obra se ha difuminado, mientras que otros tienen hijos muy diestro para mantener viva la figura paterna o la cubren con la precaución de crear una fundación, mientras que otros, al menos, legan sus archivos a alguna universidad que los adopte y analice.
Como una regla no escrita, muchas de esas figuras conocidas de las letras a veces al morir entran a un limbo de 50 o 60 años, de cuyas nieblas emergen de manera sorpresiva cuando su literatura se pone al día o se les revelan inesperadas condiciones proféticas.
Otros factores es que las fijaciones del lector se modifican gradualmente. Maugham no tenía grandes recursos verbales, ni usaba metáforas, pero alcanzó una gran cantidad de lectores fieles por la siempre ingeniosa trama de sus invenciones.
Algunos autores de su época como A. J. Cronin, Axel Munthe o Mika Waltari han dejado de ser best seller y parte de la conversación pública, sin dejar así de acumular una cantidad de reediciones mayor que otros autores recientes, incluso tomando en cuenta que el suyo era un mercado más chico.
El poeta francés Paul-John Toulet fue muy leído y mencionado. Incluso en las primeras conversaciones de Borges y Bioy Casares aparece repetidamente. ¿Dónde quedó su impacto? Estoy seguro de que pocos lectores recuerdan un texto suyo.
Muchas generaciones de latinoamericanos conocían bien el nombre de Nikolái Alekséievich Ostrovski, autor de “Así se templó el acero” y muerto a los 32 años, un culebrón que nos narra la guerra civil en Ucrania y el gran momento de los bolcheviques. Hoy es una curiosidad, perdida entre los libreros y atrapado por breviarios de marxismo. El tema de Ucrania no ha logrado reactivarlo o descongelarlo del siberiano clima de las letras.
La noticia reciente son los 80 años del Premio Nobel de la chilena Gabriela Mistral. Una parte de la cultura la reconoce y otra critica sus poemas, hechos con buena factura, aunque dispersos en su conjunto.
Todo apunta a que se lo dieron más por su labor de pedagoga y antologías de lecturas escolares, que me enteré que fueron muy usadas en Mexico. Los libros de texto de doña Gabriela tenían un mérito no muy común en su época: eran totalmente laicos, sin poemas religiosos o moralizantes, como los libros de texto jesuitas que tanto agobiaron a otros. Dejaron una huella palpable en todo el Continente Americano.
Parece ser además que la Academia del Nobel quería decantarse después de la guerra por los educadores o los santos no religiosos. No querían premiar a los autores de países que participaron en la reciente Segunda Guerra Mundial, pero se dieron un espacio para Herman Hesse, quien se había nacionalizado suizo y representaba “al buen alemán”.
El premio al francés Albert Camus, más que por su obra existencialista, se debió a sus textos en contra de la pena de muerte, otro tema muy discutido después de la guerra.
Sí, son inexplicables, realmente injustos, estos cambios en el gusto o el interés y podremos aventurar varias teorías, pero dentro de mí espero que, de esa misma forma inesperada, reviva el gusto por León Felipe y una nueva generación memorices sus Versos y Oraciones de Caminante y los libros y poemas de Gabriela Mistral lleguen a donde deben llegar.