Los golpes de un olímpico
Era un Culiacán muy diferente al que vivimos hoy.
Ya cobijado con la colcha de los capos ochenteros del narco, de marquises o de Crown Victoria, de torsales de oro, de corridos de Nicasio Quintero y botas y cinto piteado con camisa de crema de seda.
Pero también con pilares sólidos, verdaderos ídolos que movían multitudes a las televisores, como la Fernandomanía, en los Estados Unidos con la llegada del zurdo de Etchohuaquila, Fernando Valenzuela; el indio que conquistó el viejo mundo con chilenas y su show acrobático que le dio cinco Pichichis con goles en el futbol de España o el César el boxeo, tras la hazaña de ganarle la batalla al Azabache Martínez y el inicio su histórico 89-0 de récord invicto en lo profesional, Julio César Chávez.
Y de esos tres, por el origen complementario, porque nació en Ciudad Obregón, Sonora, el que más alcanzaba era Julio César Chávez.
Como campeón mundial, era normal verlo pasear en su lamburgini amarillo por la ciudad, responder un saludo en la colonia Industrial Bravo saludarlo en las playas de Altata, comiendo mariscos en el negocio de su suegra, jalando la banda y repartiendo saludos y fotos a quien se acercara.
Un campeón, una figura, al alcance de cualquier culichi, en un tiempo en el que el campeón gozaba de toda la carisma que él mismo había sembrado
No había victoria que no se celebrara en Culiacán desde el mismo día los Sábados de Boxeo de Televisa, antes de los Pay Per View, de las exclusivas por canales de clave o pago por acceso al Internet.
Pero Culiacán, con ese ídolo súbito, a la postre histórica, de alguna manera ya esta acostumbrado a tratar a sus héroes de la misma manera, precisamente por la humildad de sus antecesores.
El “Zurdo” Ramírez, otrora campeón mundial y celebridad del cuadrilátero, había hecha suya la ciudad y también se le rendía pleitesía en la misma fila de alguna tortillería en la colonia Morelos
O lo de Genaro León, el Tigre, ex estrella olímpica del boxeo mexicano, por su participación en Los Ángeles 84.
Genaro León, además de ser campeón, era recordado por ser de los peleadores más feroces y haberse casado con una Miss en Francia.
La historia, con este contexto, toma relevancia por un personaje para muchos insignificante, pero para otros inolvidable.
Juan Valdez, el Lobo, o el Oso, era un joven como muchos en Culiacán, que llegó a aprovechar las oportunidades en Culiacán y se instaló en La Toma de Agua, un asentamiento en la colonia Gabriel Leyva, pegada a la Tierra Blanca al norte de Culiacán.
Un asentamiento laberíntico, clase de cuarterías sin serlo, o más bien como vecindades, pero con terrenos amplios.
Juan creció en ese lugar, con características muy parecidas a los campeones, pero con condiciones muy diferentes.
Era alguien rebelde, agresivo, que era capaz de ir a los puños con el que sea, por más viejo y fortachón que estuviera.
Hasta que un día, la combinación del carisma y la humildad de los campeones se combinaron de tal manera, que los hizo llegar a frecuentar el lugar donde él creció.
La primera oportunidad se presentó en ese mismo lugar.
El campeón Julio César Chávez, y un nutrido grupo, como séquito que lo acompañaba, llegó al domicilio de una bella dama que empezaba a cortejar.
Obviamente no llegaban con las manos vacías, y su presencia siempre fue festivo, con música de banda, hieleras llenas de cerveza y hasta perico para el que gustara.
Obviamente con la venia de los señores del narco que gobernaban el terreno.
Y Juan, como muchos que se acercaban al panal, además de consumir y embarcarse de la miel, tenía la esperanza de llamar la atención.
Sabían, los que lo conocían, que era capaz de muchas cosas, y que era bueno para repartir chingazos.
Por eso es que luego de unos botes de Modelo que aprovechó al primer desvalagado que le hizo jalón para hacer su show.
Aprovechó una simple mirada de desdén de los visitantes, para hacerla de pedo y luego levantar los puños.
Su rival no duró mucho, y de dos derechazos lo derribó sin ningún rasguño.
El altercado hizo detener la música de banda y llamó la atención del séquito más cercano del campeón, que se acercó para ver qué pasaba.
“Yo quiero pegarme un tiro con el campeón”, gritó.
Todos se rieron, le dieron la espalda y la música y la festividad de nuevo cubrió el lugar.
Juan, hasta apenado, se detuvo en su intención de incomodarlos, porque además hasta risa hubo.
Tuvo que retirarse con las burlas de algunos que le recordaban a cada rato sus palabras desafiantes para aquellos que lo miraban desde una banqueta en alto, construidas a propósito por la cercanías del Río Humaya y las posibilidades siempre reales de un desbordo en tiempo de lluvias.
Juan aguantó sus ganas y aguardó una oportunidad parecida por varios meses.
Gracias a su familia, del otro apellido, supo de otra reunión del campeón, también con su séquito y música de banda, y atenciones para todos, pero al otro lado de la ciudad: la colonia Las Vegas.
Juan llegó, se tomó unas cervezas y aguardó el momento para acercarse.
Su estrategia fue la misma, aprovechó un momento para ofenderse por un desdén para cantar un tiro derecho.
Logró su cometido y terminó con su rival en dos golpes.
De nuevo el campeón y sus acompañantes se acercaron a ver qué pasaba, y se hallaron con lo mismo que en La Toma.
Juan, ya con la atención para sí, lanzó nuevamente el reto: quiero pegarme un tiro con el campeón.
Con lo que Juan no contaba es que entre el séquito, estaba Genaro León, quien salió de entre la pequeña multitud.
“Este vato, cómo chinga, déjamelo a mí, Julio”, dijo.
Juan se sorprendió cuando vio al ex campeón que ya conocía y aceptó.
La pelea fue muy desigual: jap, jap, jap jap, todos al ojo derecho, gancho abajo, al hígado, y cruzado de derecha a la mandíbula para que Juan se fuera a dormir.
Genaro, con los nudillos pelados, se los hidrató con un bote de cerveza recién salida de la hielera.
“Vámonos, ya no se levanta”, dijo.
La fiesta siguió esa noche y alguien se acomidió para arrastrar a Juan al carro del grupo con los que había llegado.
Sus amigos en La Toma lo recibieron la mañana siguiente, cuando éste salió con el ojo morado y con sangre molida en el pómulo todavía inflamado.
¿Qué te pasó, Juan?, le preguntaron.
¿Como que qué?, respondió muy satisfecho.
“Genaro León, el ex campeón del mundo, me partió la madre”, dijo victorioso.