Los pensamientos catastróficos, invitados no deseados

Óscar García
17 agosto 2018

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Lunes por la mañana, instrucciones para salir de viaje, preparar todo para que nada se olvide, sentir que “tienes el control”; todo fluye de forma “normal”. Llamada telefónica: tu hijo se sintió mal del estómago previo a la salida al aeropuerto. “Perdí el control”. Una serie de eventos se detona de forma inmediata: hablar al médico, terminar la junta previa a la salida, asegurar que “no pasa nada”, pero en mi mente los pensamientos fluyen de manera veloz, llenándola e impactando mi atención plena.
Es momento de reconocer que los invitados no deseados amenazan con su presencia en mis pensamientos, todo un reto para los que presentamos, por “breves momentos”, comportamientos perfeccionistas.
Recuerdo con aprecio la mirada de un coach, que en sus intervenciones me afirmaba que le tenía pavor a ir al médico porque no quería recibir malas noticias. Indagando en el origen de su pensamiento, resulta que un amigo muy cercano, un día fue al gastroenterólogo por un dolor de estómago muy fuerte y le detectaron un tumor. Entonces, él fortaleció el juicio de que todo dolor de panza es un indicador de que algo muy malo está pasando en su cuerpo, y pues no lo quiere saber, mejor lo evita para vivir feliz, pero el dolor no lo deja ser feliz.
MI madre, en su deseo protector (porque vivíamos casi frente al mar), nos enumeraba todos los días los peligros que implicaba “disfrutar del mar y su cercanía”. Nunca habló de los beneficios, además, nunca nos enseñó a nadar. En mis hermanos y sus hijos todavía observo ese respeto disfrazado de miedo a que suceda el discurso profético de mi madre. 
Es común que, por naturaleza, tendemos a reaccionar con una cierta dosis de miedo o de aprehensión ante lo nuevo o lo incierto. Sin embargo, para algunos, ese pequeño cúmulo de temor se convierte en pensamientos catastróficos sin límite que nos asedian, nos invaden y hacen de nuestra existencia una locura no deseada por el sufrimiento que nos provoca.
Cuando permitimos que llegue el invitado no deseado a nuestra mente, abrimos una puerta gigante a los malos presentimientos. El hilo conductor de mis razonamientos, en la mayoría de las veces, se construye a partir de la premisa “y si…”. Por eso desfilan aceleradamente preguntas tales como, “¿y si no es solo un dolor de panza y no estoy con él?”… “¿Y si me voy y se agrava el dolor?”, hasta llegar a situaciones tan limitantes como “¿y si al cruzar la avenida no me doy cuenta de que viene un auto a toda velocidad y me atropella?” Siempre imaginamos la peor de todas las posibilidades en cada situación y eso nos provoca sufrimiento y dolor.
Este tipo de pensamiento produce una distorsión en nuestra mente, que nos limita a no ser capaces de considerar el dato objetivo de la probabilidad de ocurrencia, para dar rienda suelta a la imaginación con el dato subjetivo de la reiteración del peligro en la propia mente. 
Los investigadores del comportamiento humano han encontrado muchos orígenes de este tipo de comportamientos, entre los que más se han estudiado para encontrar herramientas y apoyos son:
personas con una infancia difícil, donde aprendieron, desde niños, que el medio es hostil y que los peligros acechan, en muchos de los casos sin la capacidad para entender de forma correcta de dónde iba a provenir el próximo riesgo a experimentar, propiciando que construyeran, en su interior, un mecanismo de pensamiento exageradamente defensivo, basado en la sobreprotección que genera la emoción del miedo.
Actualmente se responsabiliza al estrés en el que vivimos expuestos esa sensación de sentir que algo no va bien cuando, más allá de la preocupación, los pensamientos interpretan el hecho concreto, creando situaciones por venir en las que nunca pasa nada bueno. Vivimos en un estado de alerta, pasamos el día de sobresalto en sobresalto, desde el timbre excesivo de la alarma del despertador hasta las buenas noches, previo a descansar, con la mente cargada de todos los problemas inconclusos, acompañados de las “buenas noticias” de los medios de comunicación.
Es un hecho que necesitamos herramientas que nos ayuden a vivir con mayor tranquilidad los eventos deseados y no deseados de nuestra vida. 
Supero todos los retos para salir con tranquilidad a mi viaje, he llegado en tiempo y forma al aeropuerto, tomo mi asiento asignado en el avión, cuando con sorpresa, observo al sudoroso compañero de viaje. Inicio conversación con las cordiales buenas tardes y con voz baja, maquillada por el pánico, me responde: “¿no se irá caer esta cosa como pasó en Durango? ¿Y si me voy en camión? ¿Será más seguro?”. Trago saliva y le respondo, según yo muy tranquilo: “¿a dónde va?”. “A Nueva York con escala en la Ciudad de México”.
Creo que tengo un buen reto para la hora y media aproximada de vuelo. Es momento de aplicar lo aprendido.  El cómo me fue será tema de la próxima columna, la buena noticia es que seguimos conectados a través de mi página Oscar Garcia Coach.