Máxima maldad

Dolia Estévez
23 junio 2018

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WASHINGTON, D.C._ Fue un rarísimo retroceso político para un hombre indómito. Ante el torrente de indignación que generó su política de separación de familias, Donald Trump reculó. Firmó un memorando que, mintió, es una respuesta “compasiva” a su cruel decisión de apartar niños inmigrantes de sus padres. Pero no lo es. El memorando no aborda el problema que detonó la crisis: el encarcelamiento de 2 mil 342 criaturas. No dice cómo ni cuando las familias serán reunificadas. Perpetúa la política de abuso infantil. La única concesión es no encarcelar niños por separado sino junto a sus padres. Para tales efectos, ordenó al Pentágono rehabilitar instalaciones militares con capacidad para recluir miles de familias inmigrantes. En agosto podrían llegar a 20 mil.
 
El dizque viraje de Trump es una aspirina que no cura sus cancerosas políticas migratorias. Trump dijo que no habrá tregua en la política de “tolerancia cero”. Los inmigrantes sin documentos serán encarcelados y enjuiciados como criminales. No importa que cruzar la frontera sin documentos no esté codificado como delito penal sino como infracción civil. Tampoco importa que tengan derecho a solicitar asilo político por ser víctimas del fuego cruzado en la guerra entre pandillas en Centroamérica.
 
La separación de familias es un acto inmoral, ejecutado por un hombre inmoral. Su decisión de usar a los niños como moneda de cambio para obtener fondos del Congreso para su muro fronterizo no anticipó el furor que generaría enjaularlos. No previó que era una batalla perdida. Según una encuesta de la CNN, sólo 28 por ciento de la sociedad estadounidense apoya la separación. ¿Desde cuando acá atormentar niños se volvió el arte de negociar?, preguntó The New York Times.
 
Trump tuvo que tragarse sus propias palabras. Un día antes del memorando, dijo que la separación era la “única solución” a la crisis en la frontera. Culpó a los demócratas de no importarles como los inmigrantes “infestan” Estados Unidos. El enojo se desbordó cuando la televisión transmitió imágenes de niños enjaulados. Luego surgió el audio de 7 minutos filtrado a los medios con voces de niños que apenas saben hablar. “Papi, mami”, repiten entre lágrimas y gemidos. Un cínico patrullero comparó el coro de llantos a una orquesta sin conductor.
 
A la fecha sigue sin saberse dónde están las niñas y los bebés. Se informó que los más pequeños estarían en centros para el “cuidado de edades tiernas” bajo atención especial. Una defensora de los derechos infantiles dijo que los niños están en crisis, lloran incontrolablemente, les dan ataques de histeria y se orinan en la cama. “Creen que sus padres los abandonaron”. Según los especialistas, el trauma puede ser permanente (The New York Times 20/06/2018).
 
Las condiciones en las que se hayan los menores evocan las cárceles clandestinas donde la CIA torturaba secretamente a los terroristas de Al Qaeda: no se sabe dónde están, a cargo de quién están, y el acceso externo está prohibido. En total hay 10 mil menores centroamericanos recluidos por entrar al país no acompañados a lo largo de los últimos años. La mayoría son varones entre 12 y 17 años. Hay informes que indican que están siendo maltratados física y psicológicamente.
 
El servil alineamiento del gobierno mexicano con esta política que Videgaray llama cruel debe terminar. Si bien la complicidad empezó con Felipe Calderón, se institucionalizó bajo Peña. En 2015, Peña aceptó hacerle el trabajo sucio a la administración Obama, deteniendo y deportando a cientos de miles de centroamericanos que se dirigían a Estados Unidos. Se desconoce qué se ha pactado con Trump. La sociedad mexicana no ha sido informada. Hay reuniones bilaterales constantes sobre el tema centroamericano. Luis Videgaray se entrevista seguido con la Secretaria de Seguridad Interna, Kirstjen Nielsen. En abril, acordaron “acelerar el trabajo conjunto” con Guatemala, El Salvador y Honduras en materia migratoria (SRE, comunicado 109, 25/04/18). Videgaray dijo que la política migratoria de México se decide de “manera soberana”. Que lo demuestre.
 
El martes, Videgaray llamó “cruel e inhumana” la política de separación. Aclaró que de las criaturas detenidas, 25 casos -alrededor de 1 por ciento- son mexicanos y que sólo siete, incluida una niña discapacitada, seguían en los albergues. Trump acusó a México de no hacer nada para ayudarlo a impedir la llegada de migrantes centroamericanos. Que Videgaray se la haga buena y, en efecto, México cancele la cooperación que en todo caso no sirve para nada... según Trump.
 
La respuesta de Videgaray fue tardía y escasa. Careció de sentido de urgencia. El que no haya más mexicanos entre las víctimas no es excusa de inacción. La fase retórica ya pasó. México debería suspender la cooperación migratoria con Estados Unidos en la frontera con Guatemala. Pero para el gobierno de Peña la prioridad seguirá siendo salvar el TLCAN. No provocar la ira de Trump. La sumisión y la cobardía no parecen tener límite.
 
La separación de familias es prueba de que Estados Unidos -bajo Trump- ha perdido la brújula moral que alineaba su comportamiento con principios e ideales universales como el respeto a los derechos humanos y el régimen de derecho. Se puede ser duro, pero no cruel. Las generaciones venideras lamentarán este capítulo como uno de los más negros en la historia contemporánea de Estados Unidos.
 

 

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