Medios y discusión pública: un distópico imaginario de la realidad

Vladimir Ramírez
17 agosto 2020

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Distopía: representación imaginaria de una sociedad del futuro cuyas características son indeseables. Lo opuesto a una Utopía.

En 1997 Giovanni Sartori en su libro Homo videns, la sociedad teledirigida, afirma que en plena y rapidísima revolución multimedia, un proceso de numerosas ramificaciones del Internet, los ordenadores y el ciberespacio, los une y caracteriza un común denominador: “telever”, y, como consecuencia, nuestro “video-vivir”. Un estudio centrado en la televisión, en el que el video ha transformado al homo sapiens, producto de la cultura escrita, en un homo videns, donde la palabra ha sido depuesta por la imagen y donde todo acaba siendo visualizado.
A 23 años, no sólo podemos afirmar que Sartori tenía razón, sino que con la llegada de las redes sociales se potenció esta capacidad de la imagen, de estimular la violencia, la posibilidad de informar poco y mal, y de ser culturalmente regresiva. En el presente, la utilidad de un televisor se ha trasladado a los teléfonos inteligentes, convirtiéndose no sólo en un medio para acceder y transmitir información e imágenes, sino a formar parte de una especie de “extremidad humana” dotada de tecnología en continua evolución.
Hoy los Smartphone se han vuelto indispensables para las personas y su principal referente en la construcción intelectual de la realidad social, con información que proveen los medios electrónicos, sin tener la certeza de que sean reales, objetivas, imparciales o bienintencionadas.
No obstante, aprendemos a seleccionar la información con la que nos topamos a diario en redes sociales, en esta experiencia nos damos cuenta de la aparición de noticias falsas y un evidente propósito de manipular la información para desvirtuar, paradójicamente, el uso de estas redes virtuales.
En diciembre de 2019, la OTAN revela el problema del mercado de seguidores e interacciones falsas que provoca un aumento de las fake news, se conoce que Facebook tendría 2 mil 500 millones de usuarios activos mensuales, pero con casi 400 millones de cuentas falsas, y que en Twitter alrededor de 50 millones de usuarios serían falsos también.
Sin embargo, en este proceso de aprendizaje en el que desarrollamos nuevas habilidades para seleccionar, verificar y discriminar información, nos damos cuenta que en estos foros sobre asuntos públicos y de interés en común, la discusión se da en todos los sentidos de cualquier manera, sea falsa o verdadera la información.
Para el especialista en comunicación, Mario García de Castro, resulta indiferente en las redes, si se dice la verdad o se miente, pues ya no cabe la distinción entre verdad y mentira porque todo acaba siendo opinable. El resultado no es sólo la banalización de la realidad sino el regreso de la propaganda frente a la información de los hechos.
El también catedrático español, nos recuerda que debemos a la televisión, como dijo Umberto Eco, la emisión de los hechos en tiempo real, y a Internet y las redes sociales, como diría Mark Zuckerberg, la máxima eficacia o la sobredimensión de esa difusión en directo. Esto ha acarreado un doble efecto social: una mayor transparencia en detalles que antes permanecían opacos, como por ejemplo el video de la muerte por asfixia de un hombre negro por parte de un policía blanco en Estados Unidos; y la multiplicación de la propaganda y la intoxicación interesada de los hechos de la realidad, como por ejemplo la proliferación de la demagogia y el oportunismo político de líderes y formaciones populistas.
Esta complicada circunstancias que se vive en una “dimensión virtual”, que la hemos creado como realidad alterna gracias a los avances de la tecnología digital, convive con una situación no considerada frente al Covid-19. En este contexto, dilemas sociales no previstos nos sitúan en una suerte de sobreexposición de lo que somos capaces de generar como ciudadanos. Un duelo moral en el que, a pesar de la desgracia mundial de la pandemia, hemos creado, apoyado, consentido y hasta impulsado realidades distópicas en medio de una calamidad histórica que aún no termina.
Nuestras facultades de intervención ciudadana ante esta nueva normalidad y la crisis que representa, nos desenmascara sin siquiera darnos cuenta de las consecuencias. Para García de Castro, las redes sociales permiten un más fácil acceso a la realidad, sin embargo, parece que la extensión del rumor, el juicio de valor o las “fake news stories” han sustituido hoy a la vieja hegemonía de los hechos probados. Los hechos, veraces o falsos, cuentan menos que la opinión que nos suscitan. Todo resulta opinable por cualquiera. La actualidad ha dejado de ser un proceso informativo para ser un estado opinativo. Hoy la realidad “se conforma” a través de la opinión.
Lo curioso es que dentro de los estragos de la crisis mundial del coronavirus, la televisión y demás medios de comunicación son reconocidos como instrumentos pedagógicos para la educación formal en nuestro país, una muestra inequívoca de que la realidad pudiera ser distinta.
El uso personal y familiar de las redes y la televisión depende de las decisiones, de ahí que esta eventual distopía de la realidad pueda cambiar. El control está en nuestras manos.
Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio el próximo viernes.
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