Mi mejor versión

Rodolfo Díaz Fonseca
20 agosto 2019

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@rodolfodiazf

 

Desde sus primeros pensamientos el ser humano sueña con ser el mejor. Muchas de las infantiles fantasías están tejidas con este sueño. Algunos soñarán con ser el mejor estudiante, profesionista o científico, otros con llegar a convertirse en el mejor atleta, deportista o aventurero. Cada quien elabora sus propios sueños y fantasías, pero en lo profundo de su ser alienta la esperanza de que se vuelvan realidad algún día.

A medida que los niños crecen se dan cuenta de que se mueven en un mundo competitivo. Para ser alguien tienen que esforzarse, destacar, sacrificarse y triunfar. El mundo no valora ni reconoce a los ineptos, flojos, fracasados, cobardes y pusilánimes.

Sin embargo, la competencia que promueve el mundo forja seres inhumanos, despiadados, orgullosos, neuróticos, infelices, insatisfechos, frustrados y egoístas.

Las consecuencias de este desgarre interior del alma se traducen en la conformación de una sociedad injusta, clasista, dividida, opresora y en constante agresión.

Está bien tratar de ser el mejor. El éxito en la vida no es un trofeo para perezosos, apáticos, indolentes e ignorantes. Sin embargo, la competencia no debe ser enfocada contra los demás, sino contra uno mismo. El ideal no es que alguien logre ser mejor que los demás, sino que obtenga la mejor versión de sí mismo.

Víctor Hugo, en su poema La tumba y la rosa, mostró esta acérrima rivalidad: “La tumba dijo a la rosa: -¿Dime qué haces, flor preciosa, lo que llora el alba en ti?

La rosa dijo a la tumba: -de cuanto en ti se derrumba, sima horrenda, ¿qué haces, di?

Y la rosa: -¡Tumba oscura de cada lágrima pura yo un perfume hago veloz.

Y la tumba: -¡Rosa ciega! De cada alma que me llega yo hago un ángel para Dios”.

¿Soy mi mejor versión?