Nada fácil...
Al igual que muchos conciudadanos de a pie, a ras de piso, estaré a la espera del desfile dominguero del Carnaval 2025 y con la confianza de que disfrutaremos de una buena procesión carnavalera y un espectacular retorno del diseñador Ocean Rodríguez, pero en vía de mientras voy con lo siguiente.
Hablar del estado de bienestar es referir uno de los grandes pasivos que cargan sobre sus hombros los tres niveles de Gobierno, ya que han sido incapaces de brindarnos seguridad, así como calidad, eficiencia y suficiencia en los sistemas de salud y educación, junto con otros servicios e infraestructura que impactan en el desarrollo integral de las personas. A ello, se agregan las inacabables apreturas económicas para más del 45 por ciento de la población afectada por la pobreza laboral.
Y de copete de las circunstancias citadas que atentan contra la posibilidad de hacer realidad el ansiado estado de bienestar, hay que agregar la conducta generalizada del consumismo bajo cuyo marco importa más el tener que el ser; así como situaciones que dañan la convivencia, como fue el caso de la pandemia, y hoy, el marasmo en el que nos ha metido la violencia. Todo lo hasta aquí citado, impacta con tubo en la salud mental.
De acuerdo con la Organización Mundial de Salud, entidad que, por cierto, está metida en la incertidumbre en cuanto a su continuidad, debido al retiro del financiamiento que le otorga Estados Unidos, ahora de Trump, que no de Norteamérica, define el concepto de salud mental, de la forma siguiente: “...Un estado de bienestar mental que permite a las personas hacer frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas sus habilidades, poder aprender y trabajar adecuadamente y contribuir a la mejora de su comunidad”.
Entre otras consecuencias de la falta de salud mental tenemos una salud orgánica deficiente, estados de estrés constante, depresión, ansiedad, entre otros, los que por supuesto afectan el desarrollo de quienes los padecen y, en función de su número, a la sociedad.
Debido a nuestra desalentadora realidad de mediocres servicios gubernamentales, acentuación de la impunidad, y con ello, violencia latente, la cual amenaza, no solo a nuestra integridad sino también trastoca la sana convivencia, difícilmente podemos vislumbrar una estado de bienestar que redunde en una óptima salud mental, lo cual, impacta en todos nosotros, especialmente en las personitas que se encuentran en la difícil etapa de la adolescencia, grupo etario que representa alrededor del 30 por ciento de la población total de México.
La Organización Mundial de la Salud identifica tres fases en la adolescencia. La temprana, que va de los 10 a los 13 años; la intermedia, ubicada entre los 14 y los 16 años y la tardía de los 17 años, normalmente hasta los 19 y, en casos extremos, hasta los 21 de edad.
El tema de la salud mental viene a cuento en virtud de que hoy 2 de marzo, de acuerdo con la ONU, está definido como el Día Mundial del Bienestar Mental de los Adolescentes. Es decir, de los niños que entran a una etapa de sus vidas en la cual definen su personalidad y, en ese trance, son muy vulnerables a las consecuencias de las dañinas secuelas de la falta de un estado de bienestar, agravado por la falta de comprensión de sus mayores, a los cuales nos cuesta mucho trabajo entender la rebeldía de los críos, que procuran iniciar su autonomía.
Nada fácil es la situación que viven nuestros chavos, algunos de ellos golpeados por la pandemia y ahora por la situación de inseguridad que estamos pasando, y pese al llamado segundo piso de la transformación, no hay vislumbre de que las autoridades se quieran ocupar de este grave problema. ¡Buenos y felices días carnavaleros!