Ningún hombre es extraño

Rodolfo Díaz Fonseca
27 octubre 2020

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En la canción El rey, José Alfredo Jiménez escribió: “Una piedra en el camino me enseñó que mi destino era rodar y rodar”. Parafraseándolo y remitiéndonos a la parábola del Buen Samaritano que Lucas nos transmitió en su evangelio (10,25-37), podríamos decir: “Un extraño en el camino me enseñó que mi destino era amar y amar”.


Sin establecer esta comparación, el Papa Francisco tituló el capítulo segundo de la Encíclica Fratelli tutti, Un extraño en el camino: “En el intento de buscar una luz en medio de lo que estamos viviendo, y antes de plantear algunas líneas de acción, propongo dedicar un capítulo a una parábola dicha por Jesucristo hace 2 mil años. Porque, si bien esta carta está dirigida a todas las personas de buena voluntad, más allá de sus convicciones religiosas, la parábola se expresa de tal manera que cualquiera de nosotros puede dejarse interpelar por ella”.


El Papa recordó que la parábola habla de un amor universal. Desde el inicio de los tiempos, Dios le preguntó a Caín por su hermano Abel, quien molesto respondió: “¿Acaso yo soy guardián de mi hermano?” (Gn 4.9).


Subrayó que para las tradiciones judías el precepto del amor se restringía a las personas pertenecientes a su pueblo, pero Jesús lo universalizó y corrigió la perspectiva equivocada del Maestro de la Ley, quien se atrevió a preguntar: “¿Quién es mi prójimo?”


Terencio, en el siglo segundo antes de Cristo, expresó: “Soy un hombre, nada humano me es ajeno”. Sin embargo, mucho tiempo después, Miguel de Unamuno acotó: “Y yo diría más bien: “soy hombre, a ningún otro hombre estimo extraño”.


Por eso, el Papa concluyó: “al amor no le importa si el hermano herido es de aquí o es de allá”.


¿Cada hombre es mi hermano?