Nobleza obliga

Pablo Ayala Enríquez
15 septiembre 2018

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A mis amig@s del CEGS
 
Este 17 de septiembre se cumplen 45 años de la muerte de Eugenio Garza Sada, probablemente el empresario mexicano más icónico de la segunda mitad del Siglo 20.
Como ya es habitual en las empresas de su familia, el Tec de Monterrey, en la ceremonia del “Premio Eugenio Garza Sada”, en algunos clubes y asociaciones solidarias como “Sembradores de amistad”, se honrará su memoria destacando el conjunto de virtudes que hicieron de la vida de don Eugenio, un padre, empresario, ciudadano, amigo y persona ejemplar. Sobrarán los halagos. Volverán a recordarse las anécdotas de cuando don Eugenio ayudó a reparar el coche a un desconocido, del sombrero en el perchero, de su pasión por el piano y la jardinería, de sus sorpresivos actos samaritanos anónimos y de su generosidad, sencillez, sobriedad y disciplina. Lo que sí no vamos a escuchar es lo que muchos quisiéramos saber: qué significa en el presente esa máxima con la que don Eugenio condujo su vida: “Nobleza obliga”.
Esta expresión, de apariencia sencilla, encierra una gran complejidad porque, más allá de resumir las peculiaridades de la vida y legado de don Eugenio, resulta ser la medida de la vara de la congruencia, responsabilidad y compromiso de quienes, de una u otra manera, tenemos algo que ver con su obra. Me explico.
El legado de alguien que marcó la historia se conoce a partir de los hechos más simples y cotidianos de su día a día. Quien tiene algún lazo de amistad o cercanía con los descendientes de don Eugenio, podrá conocer algunos detalles que nunca aparecerán en documentos oficiales, archivos, minutas o prontuarios. Quien es ajeno a su familia, siempre y cuando haya un interés investigativo serio, puede solicitar el acceso a los archivos que se resguardan en la cervecería Cuauhtémoc-Moctezuma-Heineken, y quien no conoce a sus descendientes o se dedica a la investigación, puede acudir al Centro Eugenio Garza Sada, el cual, además de poseer con un enorme archivo fotográfico, fue la casa donde vivió don Eugenio hasta el día de su muerte. Conocer la habitación, artículos personales, biblioteca y espacios donde dio forma a sus sueños, permite acercarnos mucho más a la persona de Eugenio Garza Sada.
Las tres vías señaladas nos levarán a la misma conclusión: don Eugenio fue lo que Aristóteles entendía como el hombre virtuoso, es decir, alguien prudente, sin extremos, que actúa siempre en el justo medio, nunca cobarde, nunca temerario, siempre valiente; nunca avaro, nunca despilfarrador, siempre generoso; nunca estridente, nunca hermético, siempre discreto; nunca perezoso, nunca “trabajólico”, siempre industrioso; nunca empalagoso, nunca indiferente, siempre amoroso.
Su forma de vida y ética profesional, estuvo en perfecta consonancia con el perfil empresarial que Max Weber describió en “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”: disciplinado, austero, laborioso y distante a los muchos vicios que pueden poner en riesgo la construcción del patrimonio.
Desconozco si leyó el texto de Weber, pero me queda claro que don Eugenio coincidía con él en la idea de que “Tanto el deseo de lucro, como la tendencia a enriquecerse, en especial monetariamente hasta el máximo, no guardan ninguna relación con el capitalismo. [...] Se hace necesario abandonar de una vez por todas una concepción tan elemental e ingenua del capitalismo, con el que no tiene ningún nexo (y menos aún con su espíritu) la ambición, aunque sea sin límites; en el sentido opuesto, el capitalismo debería ser considerado, justamente, como una sujeción o, al menos como la moderación racional de este instinto desmedido de lucro”.
Pienso que es desde esta concepción del espíritu del capitalismo donde podemos descubrir parte del fondo y sentido de la expresión “nobleza obliga”, locución con la que don Eugenio sustentó algunas de las razones que dieron origen a muchos emprendimientos que pretendían tener un alto impacto social.
Los hechos recogidos por la historia dicen más que la tinta derramada, por ello don Eugenio nunca rehuyó a la enorme responsabilidad y compromiso que representaba ser la cabeza del Grupo Monterrey. Si contra viento y marea había que llevar a Nuevo León a un estadio distinto, no había más remedio que dejar la avaricia de lado; la maximización de la utilidad era un juego que solo podían permitirse los egoístas y los principiantes. Comprendió que su cuna y condición le obligaban a orquestar estrategias empresariales que posibilitaran eso que Adam Smith, padre de la economía moderna, entendió como el fundamento de “una sociedad próspera y feliz”, esa “sociedad donde la mayoría de sus miembros no deben vivir en medio de la precariedad o la miseria”. No podía esperar a que otros hicieran lo que él debía hacer, había que hacerlo porque “nobleza obliga”.
Cuando tomó las riendas de las empresas familiares, don Eugenio pudo haber revertido la política social que su padre, don Isaac Garza y otros fundadores habían instituido. Pudo haberse “ahorrado” cientos de millones de pesos de aquellas épocas, hacerse de más propiedades y emprender nuevas empresas para asegurar el futuro económico de su tercera, cuarta y quinta generación, pero, como sabemos, pesó más la responsabilidad de su rol y el compromiso de llevarlo a buen puerto. De nuevo, actuó movido por el sentido y mandato contenido en la expresión “nobleza obliga”.
A 45 años de su fallecimiento, me pregunto, ¿qué representa el 45º aniversario de su muerte? Si hoy estuviera vivo, ¿cuáles serían las batallas que don Eugenio estuviera dando? ¿Cuáles serían las claves éticas que marcarían el rumbo y quehacer cotidiano de las empresas e instituciones sin fines de lucro que él heredó?
A 45 años de su muerte, en un País repleto de injusticias y con una enorme escasez de empresarios íntegros, generosos y responsables, poco importan las intrigas asociadas en torno a su muerte. A más de 45 años de su fallecimiento, lo que urge conocer es cuál fue el proyecto social que deberían continuar todos aquellos que nos hemos visto beneficiados por su obra.
Son 45 años sin don Eugenio. Los mismos 45 años en que nadie ha podido, o atrevido, llenar su vacío.

 

@pabloayalae