Nuestro andar por la democracia

Vladimir Ramírez
04 septiembre 2020

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Hoy reflexionaremos sobre cuatro conceptos que están ligados a los innumerables intentos por alcanzar una convivencia social democrática en los últimos cien años en nuestro país. Los orígenes de la democracia como dilema social, es tan antigua como el pensamiento filosófico y político de los griegos. Su definición ha rondado por múltiples interpretaciones y valoraciones siempre acompañada de prejuicios a lo largo de la historia de la humanidad.

Quizá una de las definiciones contemporáneas más aceptadas es la del politólogo Robert Dahl, que precisa como democráticas aquellas sociedades en las que sus gobiernos garantizan y propician la coexistencia de dos condiciones: el debate público y el derecho a participar. Sin duda estos dos aspectos han estado presentes con sus diversas implicaciones, dificultades y procesos, que han ido moldeando las ideas de democracia en nuestro país, al menos en su estructura legal e institucional.

Hablar de democracia en nuestro país implica referirnos a nuestra sociedad, a electores, partidos y clase política, elementos indispensables para el funcionamiento no sólo del derecho a elegir quién nos gobierne, sino cómo se gobierne en función de una aspiración colectiva de vivir en sociedad. Si queremos analizar el nivel o desarrollo de la democracia en nuestros gobiernos, bastaría con examinar la relación que existe entre estos cuatro elementos. No es difícil observar que algo no está funcionando en nuestra democracia y que se debe precisamente al rol y desempeño de quienes participamos de forma activa o pasiva en su construcción.

En sus estudios Robert Dahl, explica que para alcanzar la democracia es indispensable revisar nuestra contribución al debate político y nivel de implicación que asumimos en el ejercicio de nuestro derecho a participar en los asuntos públicos, de ello depende también el grado de comprensión de la realidad social y de las aspiraciones que como sociedad anhelamos. De ahí la importancia de evaluar de forma autocrítica nuestra posición y desempeño como electores en el camino que aún transitamos para alcanzar nuestro ideal de democracia.

Por otra parte están los partidos políticos, instituciones que garantizan la permanencia de la democracia electoral, que en las últimas décadas desviaron el origen de sus propósitos, al ir renunciando a su rol de organizaciones autónomas, articuladoras de las demandas e intereses de la sociedad para la toma de decisiones.

De estos cuatro elementos, quizá sean los partidos políticos quienes con mayor énfasis han abandonado el rumbo con respecto a su función social dentro de los sistemas democráticos, especialmente en los últimos 30 años durante el periodo neoliberal, en el que fueron modificando paulatinamente su relación con los sectores populares mayoritarios y adaptándose a las prioridades de una democracia estrictamente electoral.

Esta desvinculación de los partidos obedece a las exigencias de los regímenes neoliberales en los que predomina el interés del mercado, el individualismo y una visión utilitaria de la política a intereses privados. Desaparecen las plataformas ideológicas, los proyectos de nación y el impulso de las políticas sociales, con ello se disimulan las diferencias ideológicas y se precipita en los partidos una pérdida profunda de identidad política, que se intercambia por una identidad regulada y dirigida por el marketing político.

Así se fueron incluyendo en el discurso, términos y conceptos distintos a los propósitos para la cual fueron concebidas sus organizaciones. El cambio de nociones tales como los de “cliente” por “ciudadano”, “producto” por “ideas”, “vender” por “convencer”, “marca” por “organización”, entre otros conceptos de la mercadotecnia, han ido desvirtuando la relación de lo humano y social, del origen político de los partidos y su relevancia en los sistemas democráticos actuales, dando como resultado un gradual desconocimiento y abandono de propósitos y vocaciones políticas.

Por su parte la clase política en México, se constituyó de acuerdo a los cambios y roles del ejercicio de la política, adaptándose a las nuevas necesidades de las ideas neoliberales y al mismo tiempo, ampliando la presencia de una nueva generación de políticos producto de especie de metamorfosis hegemonizante de las expresiones políticas de la izquierda, la derecha y la socialdemocracia.

Como afirmara el teórico italiano, Gaetano Mosca, en su libro “La clase política”, se constituye una casta política hereditaria por la vía del hecho y del derecho.

Verificando que cuando una casta monopoliza el poder de un país, ese estado de derecho ha sido precedido por el de hecho.

De esta manera es que la clase política en todos sus niveles en México, se apropia por la vía del hecho y del derecho, de las instituciones públicas, de los partidos políticos y de las decisiones sobre el uso de los recursos naturales, económicos y políticos del país.

Este breve análisis de estos cuatro elementos de la vida democrática de nuestra sociedad, nos da una idea clara del nivel en el que se encuentra nuestra convivencia en términos políticos y la distancia que media para alcanzar nuestros ideales de democracia.

Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio el próximo martes.