Palabras que dicen todo y nada

Juan José Rodríguez
29 septiembre 2024

En mitad de la escritura del “Infierno” de su Divina Comedia, Dante Alighieri se encontró con una página oscura.

Era el momento que la voz retumbante de Plutón se escucha salir del cuarto círculo del infierno ante el decidido intento de Virgilio de franquear sus puertas.

Por cierto, los círculos son nueve, concéntricos y descienden en forma de cono rumbo al centro de la tierra. Cada orden de los círculos procede según la “Ética Nicomaquea” de Aristóteles; de ahí que los pecadores más cercanos a Dios estén en los primeros. En el último reside Satán y la lejanía a Dios es el peor castigo.

Volvamos al cuarto círculo. Ahí la avaricia es castigada y quienes así pecaron ruedan pesadas masas con el pecho. Dante, el escritor que fabula la historia, deja la pluma un momento: la voz de Plutón debe sonar hueca y cavernosa como corresponde a un flamígero demonio. No hablará toscano o latín: sólo un idioma que no sea de este mundo para que el lector perciba el azufre de su lengua hirviendo en las vocales. ¿Qué palabras podrá escribir para que suenen con eco a cadenas al rojo vivo al vuelo de la frase?

Decide inventarlas. Escribe “Satán” y otras palabras con aire de maldición o de amenaza, de tal manera que cualquier lengua perciba el latigazo del verbo.

No debe ser una frase muy larga. Tampoco corta. Una repetición breve le dará aire de insistencia: “¡Papé Satán, papé Satan aleppe!”, es lo que hace decir a Plutón y al instante Virgilio le recordará que no le es dado impedir que desciendan a esa fosa.

En el mundo de los vivos, aún se discute el origen de esa maléfica oración sin significado.

No es un juego secreto de palabras. Tampoco un término de brujería. Hay quien piensa que es una frase en dialecto genovés con la que Plutón les pide un pasaporte.

Otros aventuran que es francés mal pronunciado y el “aleppe” es un “allez” dicho a la manera medieval. Yo creo, como muchos otros, que Dante sólo escribió lo que se le vino a la cabeza sin pensar que despojaría de sueño y ocio a varias generaciones de investigadores de la Divina Comedia.

Como quien dice “Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre”, frase sin aparente sentido con la que inicia la novela “El Señor Presidente”, del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, describiendo un país agobiado por una dictadura y una iglesia asolada por limosneros y baldados.

Alfonso Reyes llamó “jitanjáforas” a esos malabares poéticos, inspirado en los versos del poeta cubano Mariano Brull, que pasó su infancia en el África española. Originalmente fueron hechas en broma, pero terminaron siendo una especie de poesía que nos sugiere algo que no existe.

“Glosolalia” se le llama a ese “don de lenguas” que tenían los apóstoles para hablar al mismo tiempo en idiomas que no conocían, pero también se le llama así a las palabras sin sentido ni origen etimológico que son utilizadas en ocasiones especiales.

Algunas son halloweenescas, como “Abracadabra”, o inofensivas como las animaciones o “porras” sin significado de los grupos deportivos. Ya se descubrió que el “Alabio Alabao” es una vieja frase en español sefardita con toques mozárabes.

Los niños también inventan palabras nuevas con gran seguridad y a veces no tienen nada que ver -aparentemente- con el objeto que desean rebautizar.

Juegos de palabras. Juego de significados. Esto es la poesía. Y también el secreto de la vida y la muerte. Una eterna comedia.

A veces las palabras sin significado le dan significado a la vida: por ejemplo, los apodos absurdos entre familiares; los conceptos que inventa una persona dotada del don de la risa y la sensación de que el mundo está loco; el balbuceo inconexo de un corazón, escuchándose en la bocina de un equipo de ultrasonido, a punto de decirnos el sexo del niño pronto a nacer.

Hay una potencia unificadora del idioma que nos hace reaccionar ante lo bello y lo complejo. Una herramienta mágica muy poderosa que se llama lenguaje.