Populismo, esa manipulación retórica

Vladimir Ramírez
17 noviembre 2020

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Siempre me ha provocado inquietud el concepto de populismo en la discusión pública, sobre todo porque aparece en determinados momentos de la vida política de nuestro país, del mundo y particularmente de Latinoamérica. Regularmente se ha utilizado para denostar figuras políticas y gobiernos, como también ha sido interpretado de tantas maneras que con el paso del tiempo se ha vuelto cada vez más difícil definir sus implicaciones cuando se señala a alguien de populista.

El populismo, según se anota en la historia, tiene sus orígenes a finales del Siglo 19 y principios del 20 en Rusia y los Estados Unidos. En Rusia se expresa inspirado en la vida campesina, en la conformación de un movimiento denominado Naródnichestvo que se traduce como populismo o de la expresión “yendo hacia el pueblo”, que defiende tradiciones del campo y representa un sentimiento nacionalista para dar a conocer la identidad campesina y sus formas de organización como entidades económicas autónomas, una especie de socialismo agrario que disputa intereses económicos con las élites urbanas. Mientras que en los Estados Unidos surge con la creación del People’s Party o partido del pueblo, al que también se le conocía como Partido Populista, que representa a los pequeños y medianos propietarios del campo, quienes debido a la crisis de la industrialización se organizan para defender sus intereses, logrando una fuerza importante en los estados del sur y del oeste de los Estados Unidos.

A mediados del Siglo 20 el significado de populismo cambia al utilizarse para señalar acciones o decisiones de ciertos gobiernos en Latinoamérica, por ejemplo con los presidentes, Domingo Perón en Argentina, Lázaro Cárdenas en México y Getulio Vargas en Brasil. Es aquí cuando el término de populismo se asocia más con la figura de una persona que con la de un movimiento social o institución, de la que surge una relación de liderazgo político más emotivo que racional, considerándolos incluso como héroes nacionales o salvadores del pueblo. A partir de esta idea de político populista, el término empieza a ser utilizado de manera despectiva por algunos analistas y su significado se vuelve cada vez más ambivalente.

Si nos basamos en la definición de la RAE, populista se refiere a la “tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”, a primera instancia pareciera que no tendría nada de malo, entonces habría que preguntarnos, ¿qué hay de malo en ser populista?

En la actualidad se insiste en dar una connotación negativa al término, relacionándolo con algunas experiencias como Mussolini en Italia, Perón en Argentina, Chávez en Venezuela, en los que se advierte una amenaza a la democracia, aunque no sea una regla en todos los casos de supuesto populismo.

Sin embargo, los populismos a los que se refieren la mayoría de sus críticos, son el resultado de crisis en las democracias liberales, como afirma el politólogo español Javier de Navascués, cuando un sistema democrático entra en crisis, es porque hay un pueblo que en su mayoría siente que no se le ha respondido en sus demandas, circunstancias en las que surgen liderazgos o llamados caudillos que enarbolan las exigencias de una sociedad. De ahí que el populismo no es propiamente una ideología, es en todo caso un resultado que obedece a una lógica política y a una retórica del momento histórico.

Tenemos entonces que históricamente el populismo es el resultado “lógico” de una circunstancia política de crisis en las democracias y economías liberales que propician el descontento y la confrontación discursiva de una vigente y sólida narrativa que atrae y canaliza el descontento de todos aquellos sectores sociales que han sido desfavorecidos por las políticas y decisiones de sus gobiernos. Es por eso que el populismo no es exclusivo de los gobiernos de izquierda, los son también de derecha como los ejemplos de Trump en Estados Unidos, Macrón en Francia o como fue en su momento Vicente Fox en México.

Si algo caracteriza a los populistas es que en todos los casos se habla en nombre de la gente, del pueblo, de personas en común. También aluden al nacionalismo y a la defensa frente a las amenazas externas, igual ofrecen los grandes cambios y promesas que la mayoría quiere escuchar, alardean de justicia y castigo y demás temas relacionados con lo emotivo. Es por eso que el populismo en la actualidad se considera también una estrategia de campaña más que una convicción política.

Resulta importante advertir que el populismo adquiere validez en el discurso, y que éste a su vez logra solidez por encima del discurso democrático, pues como en el caso mexicano, el sistema democrático de partidos ha quedado a deber, muy por debajo de las promesas catalogadas ahora de populistas.

Como se puede observar, el término de populista ha sido un concepto que se interpreta de acuerdo al interés de quien lo utiliza, un adjetivo que tiene vigencia siempre y cuando no afecte la relación de privilegios de ciertas élites con los gobiernos. Tanto el acusado de populista como el acusador suelen, en la mayoría de los casos, tener un interés manipulador. De ahí que el uso del término de populista resulte poco confiable cuando se hacen juicios políticos.

Hasta aquí mis comentarios, los espero en este espacio el próximo viernes.