¿Por qué los humanos somos robots de carne y hueso?

Alberto Kousuke De la Herrán Arita
03 julio 2022

Cuando pensamos en robots, se nos viene a la mente una máquina programable por una computadora capaz de realizar una serie compleja de acciones de manera automática.

Los humanos también somos máquinas, solo que un poco más complejas. Nuestros cerebros operan con químicos (neurotransmisores) y nuestra personalidad y todo lo que percibimos del mundo externo son señales eléctricas interpretadas en nuestro cerebro. Los instintos son programas codificados en nuestra mente y nuestra conducta está determinada por la “programación” que recibimos a lo largo de nuestra vida.

La pregunta del libre albedrío abarca prácticamente todos los rubros de nuestra vida. Moralidad, civismo, política, religión, políticas públicas, relaciones personales, sentimientos y pensamientos. Todo aquello que nos distingue como seres humanos parece depender de nuestra visión como seres autónomos, capaces de ejercer el libre albedrío.

Hace más de 20 años, los psicólogos Thalia Wheatley y Dan Wegner propusieron que todo lo que hacemos es una “inferencia causal post hoc” de nuestra idiosincrasia, la cual domina nuestra conducta.

Esto quiere decir que todas las acciones que realizamos están previamente programadas en nuestra persona y son resultado de todo aquello sobre lo cual no tenemos control alguno (genes, crianza, ambiente, sociedad, familia, etc).

Asimismo, está comprobado que en el cerebro, nuestras neuronas y las conexiones que hay entre ellas, se encuentran dispuestas y programadas para actuar independientemente de nuestra voluntad.

Eso quiere decir que nuestro cerebro ya tiene una respuesta programada y predecible para todas las situaciones de nuestra vida, mucho antes de que nosotros podamos inferir sobre nuestras acciones.

En otras palabras, los patrones que nos llevan a pensar y ejecutar todo lo que hacemos echaron marcha antes de que nosotros nos podamos dar cuenta.

Para poner un ejemplo, el científico Benjamin Libet demostró en los ochenta que la actividad motora en el cerebro se puede detectar 300 milisegundos antes de que una persona piense que ha decidido moverse.

Si la comunidad científica declarara el libre albedrío como una ilusión, probablemente precipitaría una reacción mucho más beligerante que aquella que suscitó con la Teoría de la Evolución.

Sin libre albedrío, pecadores y criminales no serían más que unas máquinas mal calibradas, y cualquier tipo de justicia que enfatizara un castigo sobre ellos parecería incongruente o fútil. Asimismo, aquellos de nosotros que trabajamos duro y seguimos las reglas no “merecemos” ningún reconocimiento.

No es de sorprenderse que la mayoría de la gente encuentre esto como aberrante.

Nuestra sociedad está acostumbrada a crímenes tales como robos, violaciones y asesinatos. Cualquiera que sean los motivos conscientes de estos criminales, ellos no saben realmente por que actúan como actúan. Asimismo, nosotros tampoco sabemos realmente por que no actuamos como ellos.

Por más repulsiva que encontremos la conducta criminal, debemos de reconocer que si pudiéramos cambiar lugares con esas personas, átomo por átomo, nosotros seríamos igual que ellos. No existiría algo adicional en nosotros que nos hiciera ver el mundo de manera diferente o que nos permitiera resistir el impulso de victimizar a otras personas. Eso quiere decir que si tuviéramos los genes, las experiencias de vida y el cerebro (o alma) de aquellos criminales, actuaríamos idénticamente a ellos.

No existe una posición intelectual respetable que pueda negar esto. Consecuentemente, el rol de la “suerte” es decisiva.

Por estas razones, antes de juzgar a aquellas personas que actúan de manera reprobable, tales como los criminales o personas con cualidades un poco menos perniciosas (gente grosera, que tira basura, que escucha reggaetón, o que vota por un partido porque le regalaron una despensa), debemos de tomar en cuenta que esas personas no recibieron la misma mano de cartas que nosotros en el juego de la vida. La frase icónica de Thomas Jefferson “todos los hombres son creados igual” es una falacia.

Nuestra sociedad fue creada por hombres que creían que un alma inmaterial existía mágicamente fuera de los procesos físicos. Liberarnos de la ilusión del libre albedrío convencional, aunque suene contraintuitivo, nos ayudará a crear una sociedad más humana y justa.