Practicar la jardinosofía

Rodolfo Díaz Fonseca
15 junio 2022

“Un libro es como un jardín que se lleva en el bolsillo”, proverbio árabe. Con este epígrafe comienza Santiago Beruete su libro Jardinosofía, una historia filosófica de los jardines, donde precisó el descuido del deleite estético y emocional que ofrece el cultivo de plantas y flores:

“El jardín ha sido escasamente estudiado por la filosofía y eso a pesar de que, como todos sabemos, las primeras escuelas filosóficas se desarrollaron en ellos. La razón de este desinterés tal vez provenga de esas mismas escuelas filosóficas que ensalzaron el valor del entendimiento frente al de los sentidos como fuente de conocimiento, que primaron el mérito de la episteme o ciencia en detrimento de la téchne y los oficios, que valoraron los saberes teóricos muy por encima de los saberes instrumentales, y prestaron más atención a los sistemas conceptuales que a las realidades mundanas”.

Profundizando en la necesidad humana de construir jardines, Beruete explicó: “creamos jardines porque nos proporcionan bienestar. El hecho de que los seres humanos se empeñen en convertir un trozo de tierra en un edén evidencia su necesidad de paz, serenidad y equilibrio, sometidos como están a la permanente contradicción entre su destino mortal y su vocación de permanencia, entre su deseo de orden y su temor al caos, entre el poder de su razón y el desorden de sus instintos”.

Agregó con singular convicción: “Muchos de los placeres físicos y los beneficios psicológicos que depara un jardín -serenidad, libertad, reposo, inocencia- constituyen ingredientes esenciales de una buena vida. Sea cual sea esa receta, hay una corriente subterránea que une la felicidad con el jardín desde los inicios de la civilización (Paraíso Terrenal, Edén, Campos Elíseos, jardín de las delicias...) y que convierte a estos en islas de perfección”.

¿Practico y promuevo la jardinosofía?