Presidenta con ‘a’

Juan José Rodríguez
18 agosto 2024

Tenemos a una mujer en la Presidencia, es un hecho. Como nación alcanzamos, así un umbral, al margen de los resultados de este nuevo experimento social.

He aquí que alcanzamos una nueva complexión social. Un país señalado por su machismo ha permitido a una dama acceder al poder.

Los retos saltan a la vista, se extienden hacia nuestro estado emocional y también hacia los más ocultos rincones de nuestras carteras. Mejor no los enumero y paso de la forma al fondo.

Hoy que la política se hace a base de declaraciones, me sorprende una reciente expresión de la señora Sheinbaum donde dice “Josefa Ortiz, perdón que ya no diga de Domínguez”.

Esto es algo positivo por lo que representa el gesto mismo: estamos en el verdadero siglo de las mujeres. A deconstruir los patriarcados!

Pero también hay un tufillo como de un incómodo halo de revisionismo histórico. A veces esas acciones parecen más el deseo de imponer una propia agenda del momento político a un hecho histórico del pasado.

Me recuerda un poco a los ensayistas jacobinos que llaman Juana de Asbaje a Sor Juana o “Juan de Yepes” al poeta San Juan de la Cruz porque les choca la Iglesia... institución a la que la vocación de los ya mencionados escritores les hizo integrarse por toda su vida.

Algunos políticos quieren dejar de decir “Guadalupe Victoria” por su nombre de nacimiento de Félix Fernández. Nuestro primer Presidente quiso llamarse así como símbolo de unidad nacional.

Pero ese era el nombre que estos personajes llevaron en vida y son casos imprevisibles, dominados por el uso, como doña Leona Vicario, a quien nunca le agregaron el “de Quintana Roo”.

Y con esa dinámica podemos caer en futuras confusiones, como al llamar solo “Sara Pérez” a la señora “Sara Pérez de Madero”, la distinguida esposa del Apóstol de la Democracia que murió a edad avanzada siempre de luto, como cuenta haberla visto de niño José Emilio Pacheco en los años cuarenta en su casa de la colonia Roma.

Pasando al otro extremo, el nombre de Carmen Romano no dice mucho si no le añadimos “De López Portillo”.

A ese paso políticamente correcto, llamaremos a otro personaje histórico “Isabel Trastámara” cuando los antimonárquicos no quieran decirle “Isabel de Castilla” y los anticatólicos “Isabel La Católica”, nombre que se le designó por una bula papal.

Otra tendencia es la totalizadora costumbre anglosajona de integrar el apellido del cónyuge Y no solo allá: Indira Gandhi usaba el apellido de su marido, ya que no era hija de Mahatma, sino de Nehru.

Hillary Clinton hubiera sido “Presidenta Clinton” de haber ganado... y eso que también usaban el feminismo en su discurso.

Tengo un amigo de Ciudad Juárez, felizmente casado con una gringa bien gringa y bien grilla de la vecina ciudad de El Paso, Texas. Ella usa sin ningún problema -de parte de él- su primer apellido de casada, apellido también latino porque le es útil en su vida política.

Las escritoras Silvia Molina, Virginia Woolf y Karen Blixen asumieron los apellidos de sus respectivos cónyuges. Sidonie Gabrielle Colette confió en la solitaria originalidad de su apellido, mientras que Marguerite Crayencour prefirió anagramatizarlo en Yourcenar.

A veces el afán de igualdad provoca las más inesperadas posibilidades negativas. Hubo un tiempo en España una propuesta que insistía en que ya no fuera el apellido paterno primero, sino que el orden fuera por cuestión alfabética. Y si los dos tenían la misma letra, pues aplicar la segunda y la tercera en esa misma secuencia.

Esto se detuvo cuando una jueza hizo ver a las que tenían la incentiva que, de aplicarse ese reglamento, todo mundo en España, después de cierto tiempo terminaría apellidando “Abad”; un apellido muy común en Barcelona y parte de Cataluña.

Pero habemus Presidenta y ni el más tradicional se la imagina usando como sufijo el muy sinaloense apellido Tarriba. Estamos en otro tiempo y en eso ya le ganamos a los gringos que se la dan de muy democráticos, pero nunca han sido regidos por una dama.

Pues ya en la Ceremonia de El Grito no escucharemos el de “De Domínguez”, aunque algunos presidentes y alcaldes le llamaban solo “La Corregidora”.

Veremos qué nos depara el tiempo en la cuestión de los nombres comunes y oficiales .

Lo triste y positivo es que los académicos y los políticos no deciden al final de esto: la gente y el uso son los que con el paso del tiempo definen todo. El pueblo y el tiempo son sabios aunque no lo demuestren siempre a la primera.