Primeros libros

Juan José Rodríguez
16 febrero 2025

El primer libro que fue bendecido por un Papa fue Ben Hur. También fue el primero en desagradarme. Quizás usted vio la película con Charlton Heston. O la pésima versión que acaban de realizar y por ahí anda rebotando en los canales de las llamadas plataformas.

Yo lo leí en la prepa y se me hizo muy cursi el capítulo inicial. El narrador usaba un tono de película de los años 50... antes de los años 50. “Un viajero salía hacia las altiplanicies del desierto. Para este personaje, reclamamos en primer lugar la atención del lector... Invitamos al lector a que fije su atención en uno de los jardines del palacio del Monte de Sión”. “No es cualquier barca. En ella viajan los más altos dignatarios que Roma ha enviado”, etc.

El primer libro que yo leí de un tirón fue uno de magia que decoraba una casa a la que íbamos hartas veces de visita. Todavía me sé varios trucos con barajas y monedas.

Mi mamá se preocupaba imaginándome un porvenir de mago callejero. No le faltaba razón en su angustia. A veces, cuando preguntan a qué me dedico, respondo que soy encantador de serpientes. Buena manera de decir que soy escritor o conferencista ante adolescentes somnolientos.

El segundo libro que leí fue uno de Julio Verne que venía mitad monitos y mitad letritas. Mi papá me lo compró en la desaparecida Agencia Carrasco, de Mazatlán, cuando no encontramos una enciclopedia anunciada con insistencia por Topo Gigio en la tele. Era “20.000 leguas de viaje submarino” y en un día me devoré la sección gráfica.

Después leí la parte sin dibujitos y descubrí más y mejores detalles. Ese si fue un salto cuántico, un absceso a otra dimensión.

Para mi sorpresa, no me aburrí. A veces me devolvía a la parte ilustrada en caza de algún error del dibujante al recrear las descripciones. Pero no, la mayoría de los grabados eran correctos. Mi asombro fue descubrir que un libro tan gordo podía encontrar su final en menos de dos noches.

Cuando vi la película, me sorprendió que la novela fuese casi idéntica a como la había imaginado. Mi don de clarividencia me aterrorizó.

Luego me cayó el veinte que el ilustrador de Veinte mil leguas seguramente se había basado en la versión cinematográfica. Era difícil que mi imaginación hubiese creado un Ned Land -el arponero canadiense de la historia- idéntico a Kirk Douglas.

El primer libro que me leyeron fue una parte de El Principito. Por supuesto me aburrió: nunca fue un texto para niños, sino para adultos remisos a serlo. Me lo leyó mi hermana Betty en la Ciudad de México vacacionando con unos tíos. Lo abandonamos después del dibujo de la boa devoradora de elefantes.

Jamás imaginé que un día caminaría por el desierto de Saint Exupery y vería a los baobabs dibujados por él en la costa del Río de Oro, frente a Mauritania.

El primer libro que me robé fue “El halcón maltés”. Estaba en la casa de un niño que se llevó un camión de volteo de puro fierro sustraído de mi casa, aprovechando el caos posterior a una piñata. El camión era propiedad de un primo que lo llevó desde temprano para jugar junto con el mío, una grúa Jumbo Thor color rojo.

El delincuente lo había echado al vehículo de sus jefes. Semanas después, cuando fuimos mi primo y yo a casa del infractor a denunciarlo, la mamá nos dijo que el juguete ya se había perdido, lo cual era falso. El peso de nuestras mochilas aumentó tristemente al volver a casa. Al regresar yo a esa cueva de ladrones, requerido para un festejo similar, decidí hacer justicia por mano propia ante la incapacidad adulta.

El libro que elegí era mucho más barato que el juguete. Yo creía que el Halcón Maltés era un superhéroe, así que me lo traje sin decirle nada a nadie. Primo Marcos: fuiste vengado en su momento

(El papá del niño me había dicho muchos antes que me llevara el libro que quisiese, al cabo ahí nadie leía. Yo cometí el crimen al caer en la desidia de devolverlo. La verdad jamás volví a hacer estos nefastos trueques. Esa no es justicia).

Prefiero perder una amistad a sufrir la pérdida de un buen libro. Si alguien nos hace eso, no merece ser nuestro amigo. Va en serio. Quien roba un libro, nos robará todo.

Yo cuando presto a un libro, le advierto al depositario que un volumen que sale de mi biblioteca es como una hija que sale a una fiesta: debe volver igual que como se fue.

La frase que más me gusta de Shakespeare es aquella que dice “Quien presta dinero a un amigo, pierde el dinero y el amigo”, así que por eso siempre he valorado la amistad por encima de todas las riquezas. ¿No será siempre eso lo correcto?

Y hoy más que nunca, debemos ponderar la honradez y la tolerancia por encima de muchas cosas. Con ellas, el valor de la lectura.