Puro Sinaloa= puro pan y circo

Alberto Kousuke De la Herrán Arita
04 julio 2020

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Un gobierno totalitario utiliza los desfiles militares para inspirar el miedo en el pueblo que administra. Son un recordatorio del poder que posee, una muestra de músculo para aquellos que pudieran desafiarlo.

Otra forma menos estrepitosa e igual de efectiva para mantener ocioso al pueblo es “embobarlo” con distracciones.
Pan y circo, como dijo el poeta romano Juvenal, es “entretener al pueblo con comida barata y trivialidades con el propósito de distraerlo de los problemas políticos y económicos de la actualidad”.
En el contexto político, la frase equivale a recibir la aprobación pública. Esta aprobación pública no es obtenida por la excelencia en el servicio público, sino por entretenimiento o distracción.
En la antigua Roma, el pan mitigaba el hambre de un estómago vacío y las carreras de cuadrigas y los juegos gladiatorios distraían la mente de un pueblo oprimido, permitiendo a sus gobernantes regir a su antojo.
En el Sinaloa contemporáneo, los megaconciertos y los deportes sirven para entretener a un pueblo abatido por la violencia y la inequidad.
¿Dónde quedó el pan?
Nuestro pan no es alimento, sino tecnología. Los dispositivos electrónicos de bajo costo (subsidiados por los indignísimos salarios de los trabajadores y la explotación del medio ambiente) están al alcance de todos.
Hasta el individuo más empobrecido tiene una televisión, así como la capacidad de utilizar su smartphone para navegar las redes sociales y determinar qué tipo de antojito mexicano es con tan solo poner un punto en el perfil de un contacto de Facebook.
Gracias a este “pan”, nos han hecho creer que la salud, la educación, la seguridad, y la buena alimentación son lujos que sólo la élite (o los socialistas) puede obtener o reclamar; y que el entretenimiento y la tecnología en la palma de nuestra mano es una necesidad. Nos hemos hecho de un estilo de vida que actúa como un constante distractor de la degradación social.
Asimismo, nos han hecho creer que pertenecer a la clase trabajadora es algo de que avergonzarse. A pesar de trabajar arduamente todos los días, viviendo de quincena en quincena, de estar cubiertos en polvo o en deudas, la élite nos mantiene operando en esa ilusión de pertenecer a la clase media.
Esta mística clase media, es una plataforma para obtener un lugar en la élite, el cual únicamente puede ser obtenido mediante el trabajo duro y siguiendo las reglas de su juego.
Ser un parásito económico no es algo que una persona sana y empática debería de aspirar. Enorgullecerse de ser un trabajador no representa una regresión de la ilusoria clase media, sino una posición elevada que demanda el respeto para aquellos que realizan el trabajo.
Los trabajadores son el músculo y el cerebro de cualquier pueblo, mientras que los ricos usualmente viven de la sangre y el sudor de los que realmente hacen el trabajo (facilitado por el cabildeo con algunos de sus compadres en ciertas posiciones de poder).
De acuerdo con el Inegi, sólo el 1.7 por ciento de la población pertenece a la élite, a la clase alta. El resto de nosotros, los comerciantes, médicos, albañiles, docentes, godínez, emprendedores, agricultores, etc., somos la clase trabajadora; es decir, el 98.3 por ciento de la población.
Cuando todos nosotros podamos reconocer nuestra honrosa pertenencia en ese sector esencial de la sociedad, seremos capaces de exigir y obtener más que pan y circo.
Sinaloa es la clase trabajadora, y nosotros queremos un Sinaloa digno, no conciertos y estadios deportivos.
alberto.kousuke@uas.edu.mx