Repatriación y responsabilidad ética

Pablo Ayala Enríquez
18 febrero 2017

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El encuentro que sostuvieron la semana pasada Enrique Peña Nieto, Miguel Ángel Osorio Chong y Ardelio Vargas con los 135 inmigrantes repatriados por el gobierno estadounidense, me hizo recordar la conferencia magistral sobre ética y política que Max Weber dictó a principios de 1919 en la Asociación Libre de Estudiantes de Múnich.
 
En dicho recinto, entre otros muchos temas más, Weber señaló que la profesión del científico y la del político no comparten los mismos referentes éticos. El quehacer profesional del científico está encaminado a descubrir una verdad objetiva que no debe dejar espacio para la duda: la cadena del ADN, la energía nuclear o la reacción de los glóbulos rojos ante ciertos químicos son lo que son, más allá de lo que podamos opinar de ello. Por el contrario, dado que la función del político es gobernar siguiendo el mandato del pueblo que lo eligió, resulta extremadamente difícil apelar a los mismos criterios de objetividad empleados por el científico, debido a que el político se las tiene que ver con exigencias, deseos y expectativas de aquellos que lo eligieron.
 
Así, para que el político pueda mantener la legitimidad de sus decisiones, resulta necesario que su actuar lleve impresas tres cualidades de carácter ético: pasión, mesura y responsabilidad, cualidades que, en sí mismas, podrían llegar a convertirse en un paradigma ético más amplio. Por ejemplo, muchos consideran el programa político de Gandhi como uno que tuvo como eje una “ética de la mesura”, otros ven en Angela Merkel el reflejo de una “ética de la responsabilidad” o en Nicolás Maduro al paladín de la “ética de la pasión”.
 
Si analizamos a la luz de estos paradigmas el mensaje ofrecido por Enrique Peña Nieto a los repatriados, es fácil ver su simpatía hacia una ética de pasión, más que hacia una ética de la responsabilidad. Me explico.
 
Palabras más, palabras menos, el Presidente se dirigió a los repatriados en los siguientes términos: “No están solos, no se sientan abandonados, ni solos. Siempre estarán las puertas abiertas; permítanos que el Gobierno les acompañe en esta, eh, en este proceso de regreso a su País. México es una tierra de oportunidades que se han venido generando. [...] Hoy son más los que están regresando, sea por este proceso de repatriación, y muchos por decisión propia, que los que eventualmente están decidiendo ir a los Estados Unidos”. Y para que la vehemencia en los decires no fuera a la baja, agregó: ¡“México es un espacio para la realización personal”!
 
Una ética de la mesura hubiera recomendado no ofender a los agraviados. Sugerirle a un expatriado que no se sienta apesadumbrado porque llegó a donde se le recibe con los brazos abiertos, a “la tierra de las oportunidades”, a “su casa”, resulta oprobioso porque esta tierra de “oportunidades” fue la misma que hace 10, 15 o 20 años le echó a la frontera de los Estados Unidos para buscarse un mejor modo de vida.
 
La magnitud del problema actual, más el que se viene con las nuevas amenazas lanzadas por Donald Trump, exige ir mucho más allá de la vehemencia de los referentes de justicia a los que alude Peña Nieto.
 
En todo caso, para claridades respecto a cómo dar un palo mortal al problema, Ramón Barajas, uno de los recién llegados dijo a uno de los tantos reporteros que lo entrevistó: “No se trata de generar más empleos [como alardeó el Presidente], sino de pagar mejor. Si no se mejoran los sueldos, siempre nos vamos a querer seguir yendo”. Más adelante agregó: “una hora de trabajo en los Estados Unidos es más de lo que se gana en todo un día de trabajo en México”.
 
Visto de esta manera, los ofrecimientos que hizo en el aeropuerto el Secretario de Gobernación no pasan de ir un poco más allá de la caridad, de una acción de emergencia, porque no van al fondo de lo que plantea Ramón Barajas. La expedición de una identificación provisional, facilitar un boleto de autobús, entregar un vale para una comida o repartir folletos informativos sobre los distintos servicios que ofrecen las instituciones de gobierno, está muy lejos de ser una estrategia política basada en la responsabilidad. Los 50 millones de dólares que Peña Nieto autorizó para que la Secretaría de Gobernación siga recibiendo a los expatriados son nada, cuando de lo que se trata es de transformar las condiciones que empujan a muchos paisanos a abandonar nuestro País en búsqueda de una mejor oportunidad de vida en un sitio donde, por lo visto, se les desprecia.
 
Si alguno de los tantos y tantos asesores de los que dispone el Presidente tuviera el acierto de recoger algo de las enseñanzas legadas por Weber en aquella conferencia dictada hace casi 100 años, podría ayudarle a pensar más desde la responsabilidad y menos desde la arenga apasionada.
 
Una ética de la responsabilidad le vendría como anillo al dedo al Presidente Peña Nieto porque, como nos recuerda Weber, el político “no puede eludir el hecho de que para conseguir fines ‘buenos’ hay que contar, en muchos casos, con medios moralmente dudosos, o al menos peligrosos, y con la posibilidad, e incluso la probabilidad, de tener consecuencias laterales moralmente malas”. La ética del político está muy lejos de ser la del santo. El primero se vale del cálculo y la estrategia, mientras que el santo centra su actuar en las convicciones, incluso cuando éstas pasan por alto las circunstancias.
 
Y para que su quehacer no quede reducido al mero cálculo estratégico de los réditos, un ejercicio de gobierno responsable debería tener como eje tres criterios morales clave: 1) prever en el largo plazo las consecuencias humanas que genera cualquier acuerdo o pacto con otros gobiernos; 2) garantizar que los efectos de dichos pactos redunden en beneficios generalizables para la sociedad en su conjunto; y, 3) establecer los mecanismos necesarios para asegurar el disfrute de los derechos sociales que, de tenerse en la actualidad, evitarían el éxodo de migrantes mexicanos al país del impresentable de Trump.
 
Actuar desde un paradigma de la responsabilidad, y renunciar al paradigma de la vehemencia en el que se encuentra instalado, permitiría a Enrique Peña Nieto sortear con cierta dignidad algunas de sus declaraciones anodinas, hacer justicia a las próximas víctimas de la locura de Trump y, hasta cierto punto, ponerse a la distancia del envilecimiento moral que generan las promesas incumplidas.
 

 

@pabloayalae