Rubros

Lorenzo Q. Terán
11 noviembre 2020

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lqteran@yahoo.com.mx

 

La política exterior mexicana es tradicionalmente reconocida en el mundo como garante de la libertad. Se fundamenta en la Doctrina Estrada y ha sido apreciada universalmente por su correcto apego al respeto de la soberanía de las Naciones. En ese principio básico de soberanía ha fundado el México moderno sus relaciones diplomáticas con el resto del mundo.

Podríamos decir que la Doctrina Estrada, basada en el respeto a la libre autodeterminación de los pueblos, a la no injerencia en asuntos internos, ha sido la guía de la política exterior mexicana, interrumpida durante los gobiernos panistas, a partir del improvisado Vicente Fox se la abandonó por completo.

Hubo un drástico cambio en la política exterior que acompañó las décadas perdidas del PriAnismo, como en muchos aspectos de la vida nacional; en política económica se continuó con el salinismo: la privatización de todos los bienes públicos, llegando al extremo de afectar derechos sociales que se habían conquistado desde la Revolución. Salinas comenzó reformando el Artículo 27 de la Constitución, para privatizar la tierra ejidal y, de esa manera, regresarla a los latifundistas. En ese punto es verdaderamente catastrófico el daño infligido a los campesinos asentados en los sistemas de riego, se han vendido ejidos completos a partir de la reforma agraria salinista y la tierra se ha vuelto a concentrar en unos pocos potentados.

Esos cambios en la economía también se expresaron en la política exterior, llegándose al extremo de desfiguros con el improvisado Vicente Fox y su sucesor impuesto, Felipe Calderón. Entre ambos se culminó dando al traste también al prestigio y el papel de líder que había tenido en otro tiempo la política exterior de México.

Afortunadamente, el gobierno Andrés Manuel López Obrador, un verdadero estadista, ha restablecido la tradicional política exterior, que le ha dado lustre al Gobierno de México; esa política le da certidumbre al actual gobierno para su sana y franca interlocución con el gobierno de los Estados Unidos, nuestro principal socio comercial y vecino geopolítico.

Hay muchos intereses comunes entre ambos países. La economía está unida regionalmente mediante un tratado con EU y Canadá. Hay interés mutuo en detener el tráfico de estupefacientes y en ese aspecto el acuerdo binacional es esencial. La migración y el voto mexicano en EU se han vuelto tanto un motor en su economía como un aspecto decisivo en las elecciones de aquel país. Por eso, sin duda, las relaciones de cooperación van a continuar viento en popa, y esto independientemente de quien gane las elecciones en el país vecino.

Porque el Presidente actual de México cuenta con un bagaje muy sólido y de mucha responsabilidad en el manejo de su política exterior. Bajo ninguna circunstancia va a poner en riesgo nuestra soberanía, ni va a repetir los yerros de la Oposición conservadora de querer jugar electoralmente en la cancha vecina, en una actitud injerencionista, porque conoce de geopolítica y es un estadista con alto espíritu de responsabilidad de los intereses del país que representa.

Por eso es tan importante la cruzada contra la corrupción que actualmente libra el gobierno de la Cuarta Transformación. Los ciudadanos tienen certeza que se marcha con firmeza en afianzar ese propósito, hasta lograr extirpar ese mal que por largo periodo se apropió de los intereses de la Nación. El patrimonio nacional hay que cuidarlo como lo más preciado, porque pertenece a todos los mexicanos y no a una élite de privilegiados, eso se acabó y en el futuro cada vez van a ser más fuertes y diversos los polos de desarrollo en todo el país, que redunden en bien de la economía del pueblo. Los ciudadanos están llenos de certidumbre en el mejoramiento de la economía y en la recuperación de los empleos perdidos.

Los que predijeron la estrepitosa caída y fracaso económico del actual gobierno se les están revirtiendo sus pronósticos, hasta en eso han sido incapaces de acertar en sus vaticinios. Su frustración es patética, no pueden ni siquiera aparecer como interlocutores, ni para bien ni para mal, han demostrado que fundan sus predicciones en meros sofismas, sin base de sustento. La realidad no perdona la ignorancia política.